6 AÑO LITERATURA TEXTOS
Literatura
Cuadernillo de lectura
para 6º año
Prof.: Fabián Gil
Humor
Un cuento de otoño (Alejandro Benites)
Un día, la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata se depositó redondamente en el comedor de la casa familiar. Casa vieja. De paredes altas. Umbría. Honda de patios y jardines.
A partir de su arribo, las tías viejas dieron en el hábito de celebrar el ritual del té del atardecer en los alrededores de la parienta, llegada vaya una a saber de dónde. Vaya a saber uno cómo. Y la prima sonreía eternamente, con una expresión un poco boba, en su ancho rostro silenció. Nunca oímos su voz. Jamás tuvo necesidades. Permanecía envuelta en su imperecedero mutismo y en su túnica, de colores tendientes a marrón.
Los más chicos solíamos sorprender a los adultos con preguntas, que las tías viejas consideraban un poco obscenas.
¿No hace pis la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata?
Los mayores sentían que la comida interrumpía su viaje interior. A la altura de la garganta, digamos. El invitado ocasional acudía al auxilio de su servilleta y la mesa del domingo se poblaba de toses, gestos de amenaza, y algún <Señor, a dónde hemos llegado>, musitando torvamente por el tío Anselmo Mc Intosh, guerrero del Paraguay y chacarero urbano, según su propio autorretrato.
Recuerdo el día en que el abuelo Macario organizo a la familia para trasladar a la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata a la puerta y ponerla al solcito del mediodía. Ese tibio solcito de otoño que irrumpe en los barrios y se queda un rato en la vereda para que los chicos remonte barriletes y los abuelos hagan palabras cruzadas, sentados en los umbrales. El caso es que durante una semana, los miembros más activos e ingeniosos de la familia empeñaron sus fuerzas en la factura de una plataforma, capaz de transportar a la prima hasta la calle. Fue una semana febril. Serruchos, escoplos y clavos de diversas medidas se repartían por todas partes. En fuentes y vasos. En recónditos cajones, fragantes de alcanfor y cartas de amor, aparecían tornillos y metros de carpintero. En la sopa de la abuela encontramos un lápiz. Y reinando sobre ese caos de maderas y alambres de fardo, el abuelo Macario, terrible capataz de la cuadrilla familiar. Las tías repartían mates y tizanas entre los “laburantes”, según la expresión, algo plebeya del primo Giovanni. El sábado a la mañana la maquina estuvo lista para recibir a su hierática carga. Ruedas de bicicleta, poleas, barandas de contención, una vieja bocina y una bandera multicolor que ató la prima Roberta, espíritu soñador, flameando en uno de sus mástiles.
Y allá fue la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata a ocupar un lugar bastante considerable en la vereda. Como un enorme galeón sin mares ni gaviotas. Brillante de tachuelas y cintas de colores, encallado en las baldosas. Un gorrión se posó un instante en el navío. Luego se lanzó hacia las alturas y no volvió. Uno de nosotros, profundamente piloso y ejecutante de guitarra eléctrica, compuso por entonces una violenta melodía en homenaje de la prima y que tituló “Rock de la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata”. Sé que es un éxito y que multitudes de jóvenes ululantes la corean hasta perder la voz. En realidad es un orgullo para la familia y una considerable fuente de ingresos para el primo musicante.
Aunque es justo decir que el alma recoleta y pudorosa de las tías viejas, se resiste aceptar que la intimidades familiares sean objeto de conocimiento público.
Recuerdo también otro hecho que pudo significar el final de la familia. Fue un domingo. A la hora del mate. Oímos golpes en la enorme puerta de madera. Recorrimos la galería, habitada por macetas de malvones y jaulas con canarios. Abrimos. Frente a nosotros un grupo de vecinos nos anunció con humilde energía:
Venimos a ver a la santita. – Tal cual. Inmediatamente se produjo en el seno familiar un estallido de voces airadas, rezos y opiniones encontradas. Lo cierto que la facción tradicional, tías vaporosas de mantillas y lutos acumulados, detuvo al primo Abdul el Malik, quien había comenzado a distribuir tarjetas entre los pelegrinos.
Pocos pesos le sale la tarjeta, amigo.- Decía el primo Abdul, con el propósito inocultable de cobrar entrada por permitir a los buenos vecinos que llegaran hasta la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata. (Hacía tiempo que el carro solariego del abuelo Macario yacía olvidado entre los cachivaches del fondo y la prima había vuelto a las luces otoñales del comedor). El conflicto tuvo fin cuando el tío segundo Cacho bramó desde el patio.
¡A ver si se dejan e joder! Quiero escuchar el partido…
Las tías se hundieron en las sombras de sus habitaciones, los vecinos regresaron sus hogares y el primo Abdul se encaminó al café, a decirle a sus amigos que la incomprensión familiar había frustrado un negocio brillante.
Recudo al tío Amílcar caudillo de barrio y político de la guardia vieja. Estampa de orillero y aristócrata. Chalina al hombro, trajes oscuros y una voz aguardentosa. Un tono entre campero y suburbano.
Buen tipo, al tío Amílcar. Sé que quiso usar a la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata con fines electorales. Sé que la tía Desolación su esposa (compañera de luchas, le decía) lo disuadió con abundantes lágrimas y suspiros:
Pero Amílcar pensá lo que va a decir el abuelo Macario.- Argumentaba la tía Desolación, detrás de los postigos entornados de la pieza que ocupaban, En la segunda galería.
Ya lo sé, vieja. Pero era una buena idea. Al <Dotor> le gusto… Le contestaba el tío Amílcar y sorbía el mate que su sufrida esposa le cebaba interminablemente.
Recuerdo igualmente una tarde en que volvíamos de la escuela con mis primos y hermanos. Pasamos junto a la tía abuela Frida, que regaba dulcemente sus malvones y percibimos que decía:
Un día, esta chica nos va a dar una sorpresa…
Sin duda que la chica era la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata.
La sorpresa, en cambio, proponía una bifurcación en el destino inmóvil de la prima.
Veamos:
Sorpresa agradable: La prima había despertado un loco amor en el sifonero y un día la familia asistiría, alborozada, al secuestro de la dama por parte del buen hombre que abordaba su carro, con esa inmensidad en brazos. Desde que el bisabuelo Sofanor, veteranos de la campaña el desierto, raptara una princesa tehuelche en un remolino de lanzas y boleadoras, no pasaba nada de eso en la familia y, a decir verdad, nos estábamos aburguesando.
La prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata, era en realidad, una estatua de terracota y todos nuestros desvelos habían tenido por objeto una montaña de arcilla.
Pero no fue así. La sorpresa sobrevino una mañana de otoño y toda la familia asistió, trémula, a la epifanía de la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata. No sabemos, todavía cómo, pero el caso es que vimos a la prima, de pie, solida, espléndida, a la luz del sol de la mañana. Estaba en el patio y un silencio lunar se instaló en la rumorosa casona. Hizo un gesto, apenas esbozado, dirigido a todos nosotros y casi imperceptiblemente comenzó a elevarse. Cobró altura, sorteó la parra y poco rato era un puntito negro en el cielo limpio, de esa mañana de otoño.
Uno de los más chiquitos dijo:
Se fe la pima.-
El tío Boris fue algo más elocuente y es posible que asumiera el sentimiento de todos, cuando dijo, mientras se restregaba los ojos algo húmedos:
Joderses, che, con la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata.
El tiempo ha pasado sobre la familia y la casona de flores ya no existe. En su lugar crece un edificio de departamento y casi nunca pasamos por allí. Los miembros de la familia crecieron, fundaron empresas. Quebraron. Se dedicaron a la poesía. Algunos fueron felices.
Otros huyeron a Australia. Varios murieron. Otros ejercen profesiones liberales. Hubo prófugos de la justicia. En fin, la vida.
Pero aún, cuando nos encontramos en las fiestas familiares, recordamos con melancolía aquellos días de otoño, en la umbrosa casa familiar. Algunos de nosotros todavía no sabemos si la prima Eclipsalia Rostriplena Silenciata existió o fue un sueño colectivo en el que se sumergió la familia entera, para salvarse vaya a uno a saber de qué.
Episodio en Mayo (Alejandro Benites)
En realidad no pasó nada.
Me levanté, la afeitada entre sueños y el agua de la ducha que me recupera para la vida.
Como todas las mañanas; el saco azul, una corbata, los libros que necesito para hoy. Cierro la puerta de casa. Detrás de ella la penumbra tibia del hogar y el sueño de mi mujer y mi hija.
La estación en el café de siempre; los comentarios de mesa a masa, una ojeada al diario y ya estoy preparado para remontar otro día de mi vida de profesor. Profesor de Literatura, a cierta altura de su madurez, con algunas cosas resueltas y otras sin resolver.
La proa del autito apunta hacia la Gral. Paz, la cruzo a altura de Constituyentes y Elvis Presley me dice que un día hubo una fiesta allá en la prisión desde los parlantes.
Llego a la escuela de ladrillos rojos y una fuente muda en el patio de adoquines. Subo las escaleras y entro al curso 4° año. Primeras horas. Las chicas y los chicos se organizan trabajosamente, con desgano. No digo nada. A mí me pasaría lo mismo. Finalmente nos saludamos, firmo el libro de aula y empiezo a hablarles de Rodrigo Díaz de Vivar. Ellos me miran como si les importara y yo sigo como si le creyera. De pronto la puerta se cierra; tal vez, una brisa, un poco de viento. Aunque el aula está en un pasillo cerrado (a veces me cuesta un poco dar clase sin ver la calle, sin percibir el movimiento verde de los árboles, a través de la ventana)
Decía que le puerta se cerró y uno de los chicos, creo que Emiliano, intenta abrirla y no puede.
Otro intento esta vez de David. Nada.
Marianela y Facu se suman. Tironeos, crujidos, algún puntapié disimulado. Nada. Una voz irreconocible dice: -Yo tengo claustrofobia.-
Pregunto preocupado si es verdad.
No profe, es un chiste.-
Y bien aquí estamos. Encerrados. Nadie nos oye. Falta mucho para el recreo, como puedo sigo con la clase. Alguien propone que les lea un cuento, para celebrar. Para interrumpir la rutina, ya interrumpida por nuestro encierro.
Han pasado ya muchos años y es evidente que nadie advirtió nuestra ausencia. Oímos a través de la puerta cerrada brutalmente, la sucesión de recreos, de actos escolares, de fin de curso, de Himno Nacional. Los 25 de Mayo.
Al principio intentamos varias formas de escape y fracasamos siempre.
Hace mucho tiempo terminé de leerles el libro que traje esa mañana, que tan lejana parece que no existió nunca. A falta de otra cosa que hacer, organizamos varias maneras de sobrevivir al tedio, a la soledad compartida, a la melancolía por los seres que dejamos del otro lado.
Hay cantos, concursos de adivinanzas, ejercicios gimnásticos.
Felizmente, nos abandonaron todas nuestras necesidades fisiológicas. No teníamos hambre, no teníamos sed, no transpiramos; no tenemos sueño también advertimos, aunque nadie lo dice, que estamos tal cual éramos aquel día de fines de Mayo. Nadie creció más; se detuvo mi envejecimiento y los chicos permanecen en ese limbo que se llama adolescencia.
Creo que estamos encerrados para siempre, no solamente en el aula. Somos prisioneros de alguna trágica broma del tiempo que, perversamente nos mantiene aquí.
Ahora estoy seguro, ninguno de nosotros quiere que alguien pregunte por nosotros.
Pero por sobre todas las cosas, ni los chicos, ni yo, queremos que alguien abra la puerta.
Humor vulgar
El papá de Pepito decide irse a vivir a los Estados Unidos con toda la familia y Pepito ingresa a una escuela.
La maestra pregunta a Pedrito:
A ver Pedrito, deme un ejemplo de la palabra "evidentemente".
Bueno maestra, mi papá, mi mamá, mis hermanos, y yo, fuimos a comer a un restaurant, evidentemente que mi mamá no cocinó ese día.
Muy bien Pedrito, a ver Juanito deme un ejemplo de la palabra "evidentemente".
Mi papá, mi mamá, mis hermanos, y yo, nos fuimos a la playa, evidentemente que la casa quedó sola.
Muy bien Juanito.
A ver Pepito, deme un ejemplo de la palabra "evidentemente".
Bueno maestra, yo estaba sentado en el corredor de mi casa, y vi pasar a mi abuelita con el diario New York Times Paper, y dije: Evidentemente va a cagar, porque no sabe leer inglés.
O -
Dos amigos conversando:
- Oye ayer mi mamá se cayó del balcón y ahora está en el cielo
- Tanto rebota la vieja???
O -
En una tribu indígena existe un indio que se distingue por tener muchos hijos y preocupado va a ver al brujo para que le dé un remedio.
El brujo Pluma Blanca le pregunta:
- ¿En qué poder servirte indio fuerte?
Este contesta:
- Indio fuerte...pene fuerte...chorros fuertes...muchos hijos.
El brujo Pluma Blanca le da un condón.
- Usar esto...ponerlo y no más hijos.
Al día siguiente llega diciendo:
-Indio fuerte...pene fuerte...chorros fuertes...condón ¡Pum!
Se queda pensativo el brujo Pluma Blanca y dice:
-Mmm...condón pum...ya sé, poner dos, uno arriba del otro...
Y al día siguiente reclamando le dice:
-Indio fuerte...pene fuerte...chorros fuertes...condones ¡Pum!
El Brujo Pluma blanca dice:
- Mmm... condones pum... ya sé, saca pene y tomar medidas...(agarra el pene del indio fuerte, le saca medidas y le hace un condón de acero con soldadura y remaches)
Aquí tener, con esto no más hijos.
Pasa un mes y el brujo Pluma Blanca ve al indio fuerte en el centro de la aldea y le pregunta:
- Indio fuerte...indio fuerte... ¿Qué pasar con condón...servir?
Este le contesta:
- Indio fuerte...pene fuerte...chorros fuertes... Huevos… ¡Pum!
O -
En el jardín de un hospital siquiátrico se reúnen a conversar seis trastornados: un zoofílico, un sádico, un asesino, un necrófilo, un pirómano y un masoquista.
Sin saber cómo ocupar su tiempo, el zoofílico rompe el silencio y dice:
¿Y si nos cogemos un gato?
A lo que el sádico responde:
- ¡Eso, vamos a cogernos un gato y después lo torturamos...!
Dice el asesino:
- ¡Vamos a cogernos el gato, torturarlo y después lo matamos!
Dice el necrófilo:
- ¡Vamos a cogernos un gato, torturarlo, matarlo y después nos lo cogemos otra vez!
Y dice el pirómano:
- ¡Eso...Vamos a cogernos un gato, torturarlo, matarlo, volver a cogerlo y prenderle fuego!
Se hace un repentino silencio, y todos miran al masoquista y le preguntan:
- ¿Y tú, qué no dices nada?
Y el masoquista contesta:
-Miau-
La muerte
Las intermitencias de la muerte
Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada. Ni siquiera uno de esos accidentes de automóvil tan frecuentes en ocasiones festivas, cuando la alegre irresponsabilidad o el exceso de alcohol se desafían mutuamente en las carreteras para decidir quién va a llegar a la muerte en primer lugar. El fin de año no había dejado tras de sí el habitual y calamitoso reguero de óbitos, como si la vieja Átropos de regaño amenazador hubiese decidido envainar la tijera durante un día. Sangre, sin embargo, hubo, y no poca. Desorientados, confusos, horrorizados, dominando a duras penas las náuseas, los bomberos extraían de la amalgama de destrozos míseros cuerpos humanos que, de acuerdo con la lógica matemática de las colisiones, deberían estar muertos y bien muertos, pero que, pese a la gravedad de las heridas y de los traumatismos sufridos, se mantenían vivos y así eran transportados a los hospitales, bajo el sonido dilacerante de las sirenas de las ambulancias. Ninguna de esas personas moriría en el camino y todas iban a desmentir los más pesimistas pronósticos médicos, Este pobre diablo no tiene remedio posible, no merece la pena perder tiempo operándolo, le decía el cirujano a la enfermera mientras ésta le ajustaba la mascarilla a la cara. Realmente, quizá no hubiera salvación para el desdichado el día anterior, pero lo que quedaba claro era que la víctima se negaba a morir en éste. Y lo que sucedía aquí, sucedía en todo el país. Hasta la medianoche en punto del último día del año aún hubo gente que aceptó morir en el más fiel acatamiento de las reglas, tanto las que se refieren al fondo de la cuestión, es decir, se acabó la vida, como las que se atienen a las múltiples formas en que éste, el dicho fondo de la cuestión, con mayor o menor pompa y solemnidad, suele revestirse cuando llega el momento fatal. Un caso sobre todos interesante, obviamente por tratarse de quien se trata, es el de la ancianísima y veneranda reina madre. A las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos de aquel treinta y uno de diciembre nadie sería tan ingenuo para apostar el palo de una cerilla quemada por la vida de la real señora. Perdida cualquier esperanza, rendidos los médicos ante la implacable evidencia, la familia real, jerárquicamente dispuesta alrededor del lecho, esperaba con resignación el último suspiro de la matriarca, tal vez unas palabras, una última sentencia edificante para la formación moral de los amados príncipes sus nietos, tal vez una bella y redonda frase dirigida a la siempre ingrata retentiva de los súbditos futuros. Y después, como si el tiempo se hubiera parado, no sucedió nada. La reina madre no mejoró ni empeoró, se quedó como suspendida, balanceándose el frágil cuerpo en el borde de la vida, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que la muerte, sólo podía ser ella, no se sabe por qué extraño capricho, seguía sosteniendo. Ya estamos en el día siguiente, y en él, como se informó nada más empezar este relato, nadie iba a morir. La tarde ya estaba muy avanzada cuando comenzó a circular el rumor de que, desde la entrada del nuevo año, más exactamente desde las cero horas de este día uno de enero en que estamos, no había constan- cia de que se hubiera producido en el país fallecimiento alguno. Podría pensarse, por ejemplo, que el rumor tuviera origen en la sorprendente resistencia de la reina madre a desistir de la poca vida que aún le restaba, pero lo cierto es que el habitual parte médico distribuido por el gabinete de prensa de palacio a los medios de comunicación social aseguraba no sólo que el estado general de la real enferma había experimentado una visible mejoría durante la noche, sino que incluso sugería y hasta daba a entender, eligiendo cuidadosamente las palabras, la posibilidad de un completo restablecimiento de la importantísima salud. En su primera manifestación el rumor podría haber partido con toda naturalidad de una agencia de pompas fúnebres y traslados, Por lo visto nadie parece dispuesto a morir en el primer día del año, o de un hospital, Ese tipo de la cama veintisiete ni ata ni desata, o del portavoz de la policía de tráfico, Es un auténtico misterio que, habiéndose producido tantos accidentes en la carretera, no haya ni un muerto para muestra. El rumor, cuya fuente primigenia nunca fue descubierta, aunque a la luz de lo que sucederá después eso importe poco, llegó pronto a los periódicos, a la radio, a la televisión, e hizo que inmediatamente las orejas de los directores, adjuntos y redactores jefes se alertaran, son personas preparadas para olfatear a distancia los grandes acontecimientos de la historia del mundo y entrenadas para agrandarlos siempre que tal convenga. En pocos minutos ya estaban en la calle decenas de reporteros de investigación haciendo preguntas a todo bicho viviente que se les pusiera por delante, mientras que en las caldeadas redacciones los teléfonos se agitaban y vibraban con idéntico frenesí indagador. Se realizaron llamadas a los hospitales, a la cruz roja, a la morgue, a las funerarias, a las policías, a todas, con comprensible exclusión de la secreta, y las respuestas llegaban siempre con las mismas lacónicas palabras, No hay muertos. Más suerte tuvo aquella joven reportera de televisión a quien un transeúnte, alternando la mirada entre ella y la cámara, contó un suceso vivido en persona y que era copia exacta del ya citado episodio de la reina madre, Estaba sonando la medianoche, dijo, cuando mi abuelo, que parecía a punto de expirar, abrió los ojos de repente antes de que sonase la última campanada del reloj de la torre, como si se hubiese arrepentido del paso que iba a dar, y no murió. La reportera, hasta tal punto estimulada con lo que acababa de oír, sin atender a súplicas ni protestas, Por favor, señora, no puedo, tengo que ir a la farmacia, mi abuelo necesita la medicina, empujó al hombre hasta dentro de la unidad móvil, Venga, venga conmigo, su abuelo ya no necesita medicinas, gritó, y a continuación ordenó regresar al estudio de televisión, donde en ese preciso instante se estaba preparando todo para un debate entre tres especialistas en fenómenos paranormales, a saber, dos brujos reputados y una famosa vidente, convocados a toda prisa para analizar y dar su opinión sobre lo que ya comenzaba a ser llamado por algunos graciosos, de esos que no respetan nada, la huelga de la muerte. La confiada periodista trabajaba partiendo de la más grave de las equivocaciones, porque había interpretado las palabras de su fuente informativa como significando que el moribundo, en sentido literal, se arrepintió del paso que estaba a punto de dar, o sea, morir, finar, estirar la pata, y por tanto decidió dar marcha atrás. Sin embargo, las palabras que el feliz nieto pronunció efectivamente, Como si se hubiese arrepentido, eran radicalmente diferentes de un perentorio Se arrepintió. Unas cuantas luces de sintaxis elemental y una mayor familiaridad con las elásticas sutilezas de los tiempos verbales habrían evitado el equívoco y el consiguiente rapapolvo que la pobre muchacha, roja de vergüenza y humillación, tuvo que soportar de su jefe directo. Lo que no podían imaginar, ni uno ni otra, es que la tal frase, pronunciada en directo por el entrevistado y nuevamente escuchada en la grabación que emitió el telediario de la noche, sería entendida de la misma equivocada manera por millones de personas, lo que acabará teniendo como desconcertante consecuencia, en un futuro muy próximo, la creación de un movimiento de ciudadanos firmemente convencidos de que con la simple acción de la voluntad se puede vencer a la muerte y que, por consiguiente, la inmerecida desaparición de tantas personas en el pasado se habría debido a una censurable flaqueza de voluntad de las generaciones anteriores. Pero las cosas no se quedaron así. Dado que las personas, sin que para tal tengan que acometer ningún esfuerzo perceptible, seguirán sin morir, otro movimiento popular de masas, dotado de una visión prospectiva más ambiciosa, proclamó que el mayor sueño de la humanidad desde el principio de los tiempos, es decir, el gozo feliz de una vida eterna aquí en la tierra, se había convertido en un bien para todos, como el sol que nace todos los días y el aire que respiramos. Pese a disputarse, por decirlo así, el mismo electorado, hubo un punto en que los dos movimientos supieron ponerse de acuerdo, y fue nombrar para la presidencia honoraria, dada su eminente calidad de precursor, al intrépido veterano que, en el instante supremo, había desafiado y derrotado a la muerte. Hasta donde se sabe, no se le atribuyó particular importancia al hecho de que el abuelo se encuentre en estado de coma profundo y, según todos los indicios, irreversible. Aunque la palabra crisis no sea ciertamente la más apropiada para caracterizar los singularísimos sucesos que venimos narrando, por tanto sería absurdo, incongruente y atentatorio contra la lógica más común hablar de crisis en una situación existencial justamente privilegiada por la ausencia de la muerte, se comprenderá que algunos ciudadanos, ce- losos de su derecho a una información veraz, se pregunten a sí mismos, y unos a otros, qué diablos pasa con el gobierno, que hasta ahora no ha dado la menor señal de vida. Es cierto que el ministro de sanidad, interpelado cuando pasaba en el breve intervalo entre dos reuniones, había explicado a los periodistas que, teniendo en cuenta la falta de elementos suficientes de juicio, cualquier declaración oficial sería forzosamente prematura, Estamos tratando de colegir las informaciones que nos llegan de todo el país, añadió, y realmente en ninguna se hace mención de fallecimientos, pero, como se puede suponer, pillados por sorpresa como todo el mundo, todavía no estamos preparados para enunciar una primera idea sobre el origen del fenómeno y sobre sus implicaciones, tanto las inmediatas como las futuras. Podría haberse quedado aquí, lo que, teniendo en cuenta las dificultades de la situación, ya sería de agradecer, pero el conocido impulso de recomendar tranquilidad a las personas a propósito de todo y de nada, de mantenerlas sosegadas en el redil sea como sea, ese tropismo que en los políticos, en particular si están en el gobierno, se ha convertido en una segunda naturaleza, por no decir automatismo, movimiento mecánico, le obligó a rematar la intervención de la peor manera, Como responsable de la cartera de sanidad, les aseguro a quienes me escuchan que no existe motivo alguno de alarma, Si he entendido bien lo que acabo de oír, observó un periodista con tono que no quería parecer demasiado irónico, en su opinión de ministro no es alarmante el hecho de que nadie esté muriendo, Exacto, aunque con otras palabras, es eso mismo lo que he dicho, Señor ministro, permítame que le recuerde que todavía ayer había personas que morían y a nadie se le pasaba por la cabeza que eso fuera alarmante, Es lógico, lo habitual es morir, y morir sólo es alarmante cuando las muertes se multiplican, una guerra, una epidemia, por ejemplo, Es decir, cuando se salen de la rutina, Podría decirse así, Pero, ahora que no se encuentra a nadie dispuesto a morir, es cuando usted nos pide que no nos alarmemos, convendrá conmigo que, por lo menos, es bastante paradójico, Es la fuerza de la costumbre, reconozco que el término alarma no tiene aquí cabida, Qué otra palabra usaría entonces, señor ministro, le pregunto porque, como periodista consciente de mis obligaciones que presumo ser, me preocupa emplear el término exacto siempre que sea posible. Ligeramente enfadado con la insistencia, el ministro respondió secamente, No una, sino cuatro, Cuáles, señor ministro, No alimentemos falsas esperanzas. Habría sido, sin duda, un buen y honesto titular para el periódico del día siguiente, pero el director, tras consultar con su redactor jefe, consideró desaconsejable, incluso desde el punto de vista empresarial, lanzar ese cubo de agua fría sobre el entusiasmo popular, Ponga lo mismo de siempre, Año Nuevo, Vida Nueva, dijo. En el comunicado oficial, finalmente difundido cuando la noche ya iba avanzada, el jefe del gobierno ratificaba que no se había registrado ninguna defunción en todo el país desde el inicio del nuevo año, pedía comedimiento y sentido de la responsabilidad en los análisis e interpretaciones que del extraño suceso pudieran ser elaborados, recordaba que no se debería excluir la posibilidad de que se tratara de una casualidad fortuita, de una alteración cósmica meramente accidental y sin continuidad, de una conjunción excepcional de coincidencias intrusas en la ecuación espacio-tiempo, pero que, por si acaso, ya se habían iniciado contactos exploratorios ante los organismos internacionales competentes para habilitar al gobierno en una acción tanto más eficaz cuanto más concertada pudiera ser. Enunciadas estas vaguedades pseudocientíficas, destinadas también a tranquilizar, por lo incomprensibles, el desbarajuste que reinaba en el país, el primer ministro concluía afirmando que el gobierno se encontraba preparado para todas las eventualidades humanamente imaginables, decidido a encarar con valentía y con el indispensable apoyo de la ciudadanía los complejos problemas sociales, económicos, políticos y morales que la extinción definitiva de la muerte inevitablemente suscitaría, en el caso, más que previsible, de que llegara a confirmarse. Aceptaremos el reto de la inmortalidad del cuerpo, exclamó con tono arrebatado, si es ésa la voluntad de dios, a quien agradeceremos por siempre jamás, con nuestras oraciones, que haya escogido al buen pueblo de este país como su instrumento. Significa esto, pensó el jefe del gobierno al terminar la lectura, que estamos con la soga al cuello. No se podía imaginar hasta qué punto la soga iba a apretarle. Todavía no había pasado media hora cuando, en el coche oficial que lo conducía a casa, recibió una llamada del cardenal, Buenas noches, señor primer ministro, Buenas noches, eminencia, Le telefoneo para decirle que me siento profundamente consternado, También yo, eminencia, la situación es muy grave, la más grave de cuantas el país ha vivido hasta hoy, No se trata de eso, De qué se trata entonces, eminencia, Es deplorable desde todos los puntos de vista que, al redactar la declaración que acabo de escuchar, usted no tuviera en cuenta aquello que constituye los cimientos, la viga maestra, la piedra angular, la llave de la bóveda de nuestra santa religión, Eminencia, perdone, recelo no comprender adonde quiere llegar, Sin muerte, óigame bien, señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia, Demonios, No he entendido lo que ha dicho, repítalo, por favor, Estaba callado, eminencia, probablemente habrá sido alguna interferencia causada por la electricidad atmosférica, por la estática, o un problema de cobertura, el satélite a veces falla, decía usted que, Decía lo que cualquier católico, y usted no es excepción, tiene obligación de saber, que sin resurrección no hay iglesia, además, cómo se le metió en la cabeza que dios podría querer su propio fin, afirmarlo es una idea absolutamente sacrílega, tal vez la peor de las blasfemias, Eminencia, no he dicho que dios quiera su propio fin, No con esas exactas palabras, pero admitió la posibilidad de que la inmortalidad del cuerpo resultara de la voluntad de dios, no es necesario estar doctorado en lógica trascendental para darse cuenta de que quien dice una cosa dice la otra, Eminencia, por favor, créame, fue una simple frase de efecto destinada a impresionar, un remate del discurso, nada más, bien sabe que la política tiene estas necesidades, También la iglesia las tiene, señor primer ministro, pero nosotros meditamos mucho antes de abrir la boca, no hablamos por hablar, calculamos los efectos a distancia, nuestra especialidad, si quiere que le dé una imagen que se comprenda mejor, es la balística, Estoy desolado, eminencia, En su lugar yo también lo estaría. Como si estuviera calculando el tiempo que tardaría la granada en caer, el cardenal hizo una pausa, luego, en un tono más suave, más cordial, dijo, Me gustaría saber si dio a conocer la declaración a su majestad antes de leerla ante los medios de comunicación social, Naturalmente, eminencia, tratándose de un asunto de tanto melindre, Y qué dice el rey, si no es secreto de estado, Le pareció bien, Hizo algún comentario al acabar, Estupendo, Estupendo, qué, Es lo que dijo su majestad, estupendo, Quiere decirme que también blasfemó, No soy competente para formular juicios de esa naturaleza, eminencia, vivir con mis propios errores ya me cuesta demasiado trabajo, Tendré que hablar con el rey, recordarle que, en una situación como ésta, tan confusa, tan delicada, sólo la observancia fiel y sin desfallecimientos de las probadas doctrinas de nuestra santa madre iglesia podrá salvar al país del pavoroso caos que se nos viene encima, Vuestra eminencia decidirá, está en su papel, Le preguntaré a su majestad qué prefiere, si ver a la reina madre siempre agonizante, postrada en un lecho del que no volverá a levantarse, con el inmundo cuerpo reteniéndole indignamente el alma, o verla, por morir, triunfadora de la muerte, en la gloria eterna y resplandeciente de los cielos, Nadie dudaría la respuesta, Sí, pero al contrario de lo que se cree, no son tanto las respuestas lo que me importa, señor primer ministro, sino las preguntas, obviamente me refiero a las nuestras, fíjese cómo suelen tener, al mismo tiempo, un objetivo a la vista y una intención que va escondida detrás, si las hacemos no es sólo para que nos respondan lo que en ese momento necesitamos que los interpelados escuchen de su propia boca, es también para que se vaya preparando el camino de las futuras respuestas, Más o menos como en la política, eminencia, Así es, pero la ventaja de la iglesia es que, aunque a veces no lo parezca, al gestionar lo que está arriba, gobierna lo que está abajo. Hubo una nueva pausa, que el primer ministro interrumpió, Estoy casi llegando a casa, eminencia, pero, si me lo permite, todavía me gustaría exponerle una breve cuestión, Dígame, Qué hará la iglesia si nunca más muere nadie, Nunca más es demasiado tiempo, incluso tratándose de la muerte, señor primer ministro, Creo que no me ha respondido, eminencia, Le devuelvo la pregunta, qué hará el estado si no muere nadie nunca más, El estado tratará de sobrevivir, aunque dudo mucho que lo consiga, pero la iglesia, La iglesia, señor primer ministro, está de tal manera habituada a las respuestas eternas que no puedo imaginarla dando otras, Aunque la realidad las contradiga, Desde el principio no hemos hecho otra cosa que contradecir la realidad, y aquí estamos, Qué dirá el papa, Si yo lo fuera, que dios me perdone la estulta vanidad de pensarme como tal, mandaría poner en circulación una nueva tesis, la de la muerte pospuesta, Sin más explicaciones, A la iglesia nunca se le ha pedido que explicara esto o aquello, nuestra otra especialidad, además de la balística, ha sido neutralizar, por la fe, el espíritu curioso, Buenas noches, eminencia, hasta mañana, Si dios quiere, señor primer ministro, siempre si dios quiere, Tal como están las cosas en este momento, no parece que pueda evitarlo, No se olvide, señor primer ministro, que fuera de las fronteras de nuestro país se sigue muriendo con toda normalidad, y eso es una buena señal, Cuestión de punto de vista, eminencia, tal vez fuera nos estén mirando como un oasis, un jardín, un nuevo paraíso, O un infierno, si fueran inteligentes, Buenas noches, eminencia, le deseo un sueño tranquilo y reparador, Buenas noches, señor primer ministro, si la muerte decide regresar esta noche, espero que no tenga la ocurrencia de elegirlo a usted, Si la justicia en este mundo no es una palabra vana, la reina madre debería irse antes que yo, Le prometo no denunciarlo mañana ante el rey, Cuánto se lo agradezco, eminencia, Buenas noches, Buenas noches. Eran las tres de la madrugada cuando el cardenal tuvo que ser trasladado a todo correr al hospital con un ataque de apendicitis aguda que obligó a una inmediata intervención quirúrgica. Antes de ser succionado por el túnel de la anestesia, en ese instante veloz que precede a la pérdida total de la conciencia, pensó lo que tantos otros han pensado, que podía morir en la operación, después recordó que tal ya no era posible, y, finalmente, en un último destello de lucidez, todavía se le pasó por la mente la idea de que si, a pesar de todo, muriese de verdad, eso significaría que habría, paradójicamente, vencido a la muerte. Arrebatado por una irresistible ansia de sacrificio iba a implorar a dios que lo matase, pero no llegó a tiempo de poner las palabras en orden. La anestesia le ahorró el supremo sacrilegio de querer transferir los poderes de la muerte hacia un dios más generalmente conocido como dador de vida.
Suicidio
Carta de René Favaloro
Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes, demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de post grado a todos los niveles. Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno.
La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces. La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada). Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente. Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondía. A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo. Este era nuestro único contacto.
A mediados de la década del 70, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la Sedra, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y cirugía cardiovascular.
Cuando entró en funciones, redacté los 10 mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado. La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza). Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.
¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno!
Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.
Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país. Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros, (creo desde el año 94 o 95) de 1.900.000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).
Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener 100 camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.
El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina, el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno.
Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana, sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.
¡Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio? Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. ‘Pero cómo, ¿usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?’. ‘Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe’. El cirujano ‘de real valor’ además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante ¡un 50% de los honorarios!
Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las ‘indicaciones’ de su cardiólogo. ‘¿Doctor, usted sigue operando?’ y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre. Muchos de estos cardiólogos, son de prestigio nacional e internacional. Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna ‘lecture’ de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos. Pero aquí, vuelven a insertarse en el ‘sistema’ y el dinero es lo que más les interesa.
La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalles los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter echo, cámara y etc., etc.) los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos.
No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado, visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle ‘la operación económica’ y ¡entregará el sobre correspondiente!
La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir ‘no hay camas disponibles’. Nuestro juramento médico lo impide.
Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICYCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica.
En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben. ¡Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando.
Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y ¡luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros!. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!) todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta. ¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?
Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effen que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español. Sin duda la lucha ha sido muy desigual.
El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ‘sistema’.
Sí al retorno, sí al ana-ana.
‘Pondremos gente a organizar todo’. Hay ‘especialistas’ que saben cómo hacerlo. ‘Debés dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabés nada, que no estás enterado’. ‘Debés comprenderlo si querés salvar a la Fundación’ ¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!
En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil.
No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
Joaquín V. González, escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: ‘a mí no me ha derrotado nadie’. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla.
Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo. ‘¡La leyenda, la leyenda!’
Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga. Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz.
Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada. No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad.
Estoy tranquilo. Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia, en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco.
Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Un abrazo a todos. René Favaloro
El grotesco
La nona (Roberto Cossa)
ACTO PRIMERO
La acción transcurre, fundamentalmente, en una casona antigua, de barrio. A la vista del espectador aparece una espaciosa cocina, donde hay una mesa para ocho personas, sillas, un aparador y una enorme heladera. A la derecha, la pieza de Chicho: una camita, un ropero y otros datos del típico «bulín» porteño. A la izquierda se insinúa la pieza de la Nona, una cueva por donde este personaje aparecerá y desaparecerá constantemente.
El espectador tiene que tener la sensación de que, fuera de esos ambientes, la casa posee otros cuartos, un fondo etc.
Oportunamente, la acción se trasladará a la trastienda del quiosco de don Francisco.
La obra se inicia un día de semana, aproximadamente a las ocho de la noche. Están en la cocina: María, que pela arvejas frente a una enorme olla; Anyula, que ceba mate, y la Nona.
Esta última está sentada en una silla y come pochoclo en forma continuada. Finalmente, Chicho, en su pieza, está tirado en la cama leyendo el diario del día. Anyula le tiende un mate a María.
MARÍA. —No quiero más.
ANYULA. —Le voy a llevar a Chicho
Anyula se dirige a la pieza de Chicho
MARÍA. —Dígale que es el último.
Anyula golpea suavemente la puerta de la pieza de Chicho. Este, rápidamente, deja el diario y
comienza una especie de tarareo, simulando cantar un tango. Anyula entra en puntas de pie, le tiende el mate y se sienta en la cama. Chicho da dos o tres sorbos.
CHICHO. —Está medio frío, tía.
ANYULA. —Caliento el agua. ¿Vas a tomar más?
CHICHO. —Eh... estoy componiendo. Y cuando compongo...
Anyula le acaricia la cabeza.
ANYULA. — ¿Algo nuevo?
CHICHO. —Hoy empecé otro tango. (Pierde la mirada y balbucea un tarareo impreciso) «De mi pobre corazón...» (Marca los típicos compases finales del tango) ¿Le gusta?
ANYULA. —Mucho. Sacaste el oído de papá. De toda la familia sos el único que salió músico. ¡Y a
él que le gustaba tanto! Si pudiera escucharte...
CHICHO. —Me escucha, tía, me escucha... A veces siento aquí... (Se señala el pecho) Es el Nono, desde el cielo, que me dice: «Bien, Chicho, bien».
Anyula queda con la mirada fija y el mate en la mano, emocionada. Chicho la mira de reojo.
CHICHO. —Cébese otro, tía. Pero calentito, ¿eh?
ANYULA. —Sí, querido, sí.
Anyula sale hacia la cocina. Chicho toma el diario. A lo largo de la escena siguiente se irá quedando dormido.
Anyula, en la cocina, toma la pava y la coloca sobre el fuego.
MARÍA. — ¿Qué? ¿Va a seguir tomando?
ANYULA. —Está componiendo. Un tango muy lindo.
MARÍA. —Usted es muy buena, Anyula.
ANYULA. — ¿Qué querés? Es mi sobrino preferido. Carmelo es muy bueno, también, muy trabajador. Ya sabes cómo lo quiero. Pero Chicho... ¡qué sé yo! Es un artista.
MARÍA. — (Irónica) Sé... Un artista.
ANYULA. —Como papá.
La Nona agita la bolsita de pochoclo vacía.
NONA. —Má pochoclo.
MARÍA. — ¡Qué pochoclo! Ahora vamos a cenar.
La Nona agita la bolsita vacía cerca de la cara de Anyula.
NONA. —Má pochoclo, nena.
ANYULA. —No quedó más, mamá. (A María) ¿Le voy a comprar?
MARÍA. — ¡Pero no! No tiene que comer porquerías.
NONA. —(A María) ¿No tené salamín?
MARÍA. — ¡Qué salamín! Espere la cena, le dije.
Sin que nadie lo advierta, la Nona agarra un pan y se lo mete en el bolsillo.
NONA. — ¿Un po de formayo?
MARÍA. — ¡Nada, le he dicho! Aguántese hasta la cena. Vaya a su pieza, vamos. Cuando esté la cena, yo la llamo. (La toma y la encamina hacia la pieza. En ese momento María descubre el bulto que hace el pan en el bolsillo de la Nona) ¿Qué tiene en el bolsillo? (Le saca el pan.) ¡Pero qué cosa! (Introduce a la Nona en la pieza y se vuelve. La Nona sale rezongando.) No tiene que comprarle todo lo que le pida, Anyula.
Anyula comprueba si el agua está caliente y cambia la yerba del mate. Del interior de la casa sale Marta, una chica de veinte años.
MARÍA. — ¿Todavía no está la cena?
ANYULA. —Falta todavía.
MARÍA. — ¿Vas a salir?
MARTA. —Estoy de turno.
MARÍA. — ¿Otra vez? Esta semana ya van tres veces. ¿No es una vez por semana?
MARÍA. —Sí... pero esta semana es así. ¿Me prestas tu reloj?
María sale hacia el interior. Anyula termina de cebar un mate y se dirige a la pieza de Chicho. Golpea, espera, y al final entra. Mira cariñosamente a Chicho, que está dormido; le saca el diario de las manos, apaga la luz y sale. Marta se pasea impaciente.
Mientras transcurre esta escena, la Nona sale sigilosamente, roba un pan y vuelve a su habitación.
Anyula, entretanto, ya ha vuelto a la cocina y se pone a trabajar en la cena. María sale del interior con un reloj, que entrega a Marta.
MARÍA. — ¿No vas a comer nada, entonces?
MARTA. —Como algo cerca de la farmacia.
MARÍA. — ¡Nena...! Te vas a enfermar.
MARTA. —La farmacia es un trabajo sacrificado. Ya lo sabés.
MARÍA. —Sí, pero vos vendés perfume. ¿Por qué te tenés que quedar toda la noche?
MARTA. — ¡Ay, mamá...! Querés que te lo explique todo.
De la calle llega el sonido de varios bocinazos.
MARTA. —Ahí está el farmacéutico. Chau. (Besa a María) Chau, tía.
Al salir tropieza en la puerta con Carmelo, su padre, que ingresa desde la calle con un paquete debajo del brazo.
CARMELO. — ¿Te vas?
MARTA. —Estoy apurada. Chau, papá.
Besa a Carmelo rápidamente y sale. Carmelo la mira salir y se va hacia María.
CARMELO. —Estás de turno otra vez. Pobre nena. Lo que es el farmacéutico ese debe ganar bien. Dos por tres cambia de auto. Hoy se vino con un Falcon. (Tiende el paquete a María) Toma. Todo lo que quedó.
María abre el paquete y saca unas verduras.
MARÍA. —No me trajiste perejil.
CARMELO. —Lo vendí todo.
MARÍA. — ¡Justo hoy que hice guiso! Carmelo saca un cuadernito del cajón del aparador.
CARMELO. —Un perejil lindo, crespito. Me lo sacaron de la mano.
MARÍA. —Y los zapallitos no van a alcanzar.
CARMELO. — ¡Tenés como dos kilos ahí! Ayer traje cinco.
MARÍA. — (Con un gesto que significa «no es extraño».) ¿Y...?
CARMELO. —Si traigo todo lo que me pedís... Para eso cierro el puesto. Le digo al mayorista que me traiga el pedido a casa.
Se hace una pausa.
ANYULA. —Yo casi ni comí zapallitos ayer.
CARMELO. — ¡Bah, Anyula...! Si no digo por usted.
ANYULA. —Es que yo soy una carga.
MARÍA. —Anyula... hágame un favor. Crúcese hasta lo de Vicente y traiga dos kilos de zapallitos y un poco de perejil.
Le tiende el dinero y Anyula sale.
CARMELO. — ¡Mirá vos...! ¡En mi casa hay que ir a comprarle al chorro ese!
Carmelo anota las ventas del día en el cuadernito.
MARÍA. — ¿Cómo anduvo?
CARMELO. —Bien... Viste lo que quedó. En ese barrio se vende muy bien (Pausa) ¡Eh... si nosotros podríamos vivir sin problemas!
Carmelo sigue haciendo cuentas mientras María llena la olla con cantidades impresionantes de verdura. Carmelo termina de hacer las cuentas y se queda pensativo, con la cabeza entre las manos.
CARMELO. — ¡Qué lo parió!
MARÍA. — ¿Qué pasa?
CARMELO. — ¿Qué va a pasar? Que no llegamos a fin de mes. ¡Eso pasa! ¿Vos anotaste todos los gastos?
MARÍA. —Falta lo de hoy.
CARMELO. —Y Bué... (Le muestra) Y todavía falta lo de hoy. (Cierra el cuaderno con fastidio y lo guarda en el aparador.) No sé... No pagamos alquiler... no nos damos lujos... Yo, ni ropa me compro.
MARÍA. —Yo tampoco.
CARMELO. —Esto no puede seguir así. La idea de ahorrar para poner el mercadito, bueno... Mejor que me la olvide. Pero si esto sigue así, voy a tener que vender el puesto de la feria.
Se hace una pausa.
MARÍA. —Si tu hermano trabajara...
CARMELO. — ¿Otra vez con eso? Eh... Chicho es un artista.
MARÍA. — ¡Un artista! Pero come y vive a costa tuya.
CARMELO. —Uno de estos días la pega y nos vamos todos para arriba. (María lo mira significativamente) Digo yo... Con eso puede ganar mucha plata.
MARÍA. — ¿Componiendo tangos? ¿Me querés decir quién gana plata hoy componiendo tangos?
CARMELO. —Según él, los puede vender al Japón.
MARÍA. —Por favor, hace veinte años que está componiendo y nunca terminó nada.
CARMELO. —Sé... la verdad que... Pero a Chicho lo podemos aguantar. En lo que más gasta es en yerba. Anyula, pobrecita... La Martita aporta lo suyo.
En ese momento sale la Nona de la pieza y cruza una mirada con Carmelo.
CARMELO. —No... el problema de esta casa es otro.
NONA. — (Imperativa) ¡E cuándo si manya!
MARÍA. —Le dije que le iba a avisar.
NONA. — (Se sienta a la mesa) La picadita.
María llena un plato con fiambres, aceitunas, queso, etc., y se lo tiende a la Nona, que comienza a comer vorazmente. Simultáneamente, ingresa Anyula con un paquete de zapallitos y un ramo de perejil. Se lo entrega a María.
MARÍA. —Gracias, Anyula. Dígale a Chicho que venga a cenar.
Anyula se dirige hacia la pieza de Chicho. Lo observa dormido.
ANYULA. —Chicho... a comer.
Chicho emite un gruñido.
ANYULA. —A comer, querido.
CHICHO. — (Semidormido) Cébese unos mates, tía.
ANYULA. —Está la cena servida. Después te hago los matecitos, ¿eh? Vamos.
NONA. —U pane.
MARÍA. —(A Carmelo) Saca pan del aparador.
Carmelo saca una panera y la coloca sobre la mesa. La Nona, entretanto, echa en el plato de sopa todas las sobras de la «picada».
MARÍA. —Vos sentate, Carmelo. Anyula, sírvale la sopa a Carmelo.
En el momento en que Carmelo se sienta, la Nona —sin dejar de comer— golpea con el tenedor el borde del vaso, reclamando vino. Carmelo se levanta y saca una botella del aparador.
CARMELO. —El destapador, María.
María saca un destapador del cajón de la mesada y se lo tiende a Carmelo, mientras la Nona sigue golpeando.
CARMELO. — ¡Ya va, Nona! No sea impaciente.
Carmelo comienza a destapar la botella, mientras la Nona sigue golpeando. Anyula coloca un plato de sopa en la mesa, frente al lugar que ocupa Carmelo.
NONA. — ¿No hay escabeche?
María busca un frasco de escabeche y se lo tiende a la Nona, que lo vacía en el plato.
Carmelo termina de destapar la botella y María sirve los platos de sopa para Anyula y para ella.
CARMELO. — (Por el tenedor.) Saque eso, Nona.
Carmelo le sirve vino. Finalmente, todos se sientan a la mesa y se disponen a tomar la sopa.
NONA. —Termené.
Anyula se levanta.
MARÍA. —Déjeme a mí.
Anyula y María se dirigen a las hornallas para servir el guiso a la Nona.
MARÍA. —Tráigame un plato hondo, Anyula.
Las dos mujeres se ponen a trabajar activamente.
NONA. —Formayo.
Carmelo se levanta, saca un pedazo de queso de la heladera y se lo pone delante a la Nona. La Nona vuelve a reclamar vino. Carmelo le sirve. María coloca frente a la Nona un plato de guiso cubierto hasta los bordes.
NONA. —Formayo.
CARMELO. — ¡Y ahí tiene, Nona!
NONA. — (Enojada) ¡Ma no! ¡Formayo de rayar!
Carmelo toma el queso fresco y se dispone a llevarlo nuevamente a la heladera. La Nona se lo saca de la mano.
NONA. —Ma no, ya que está, decalo.
Se lo come. Anyula se dirige hacia el aparador.
ANYULA. —Creo que hay rallado.
Vuelve con una quesera y la coloca frente a la Nona, que echa en el plato. Al mismo tiempo observa la comida.
NONA. — ¿Y el perejil?
María toma el ramo de perejil y lo corta con las manos.
NONA. — ¡El perequil, María!
CARMELO. — ¡Ya va, Nona!
María echa el perejil en el plato de la Nona. Esta le agrega pan cortado, queso y todo lo que encuentra a mano. Los demás comienzan a comer después. Aparece Chicho. Al verlo, Anyula se pone de pie y le deja su lugar. Chicho, que trae el diario bajo el brazo, se sienta a la mesa.
CHICHO. — ¿Queda algo?
ANYULA. —Hay guiso calentito.
CHICHO. —Si no hay, no importa.
ANYULA. —Come el mío. Te llamé, pero estabas dormido. No te quise despertar.
CHICHO. —No dormía, tía. Escuchaba mi música.
MARÍA. — (Irónica) ¡Jmmm!
CHICHO. —Me gusta cerrar los ojos y escuchar mi música.
NONA. —Má guiso.
MARÍA. —No hay más.
Chicho le cede una cucharada de guiso a la Nona.
CHICHO. —Tome, Nonita.
CARMELO. —No le des más, que ya comió.
CHICHO. —Un poquito. ¿Cómo le vas a negar un poco de comida a la Nonita? (Le acaricia la cabeza) Nonita... la cabeza blanca como paredón iluminado por la luna. Y esas arrugas que son surcos que traza el arado del tiempo.
ANYULA. — (Embelesada) ¡Qué cosas lindas decís!
CHICHO. —Nonita... ¿Se acuerda cuando me llevaba a pasear a la plaza?
La Nona, que ya terminó con la porción que le dio Chicho, mira fijamente el plato de su nieto.
CHICHO. —Un niño que descubría un mundo agarrado a la pollera de una abuela.
Le agarra la mano en el preciso momento en que la Nona ha tomado un pedazo de pan e intenta mojar en la salsa del plato de Chicho.
CHICHO. —Nonita... el niño aquel se hizo hombre y la abuela es un rostro dulce que lo mira desde el marco de una pañoleta negra.
Durante esta última tirada se ha producido un forcejeo de la Nona por tratar de untar el pan en el plato de Chicho. Finalmente, lo logra y come. Busca más pan, pero no hay.
NONA. —U pane.
CARMELO. — ¿Qué pan, Nona? Ya comió.
NONA. — ¿Galleta marinera no tené?
CARMELO. — ¡Qué galleta marinera! ¡Vamos! Váyase a dormir.
NONA. —El postre.
CARMELO. —María, dale dos manzanas. Y que se vaya a la pieza. ¡Vamos!
María saca dos manzanas de la frutera y se las entrega a la Nona, que se las coloca en el bolsillo.
CHICHO. —Dejala un rato más. Es casi el único momento que tengo para estar con ella.
MARÍA. — ¡Claro...! ¡Cómo usted está tan ocupado...!
CARMELO. —Que se vaya a la cama (A Chicho) Tenemos que hablar. Vamos, Nona.
La Nona se levanta pesadamente. Al pasar, roba una banana que hay sobre la mesa y se dirige a su pieza.
NONA. —A domani.
Todos saludan. Se hace un silencio. Chicho come, mientras Carmelo espera que la Nona ingrese a su pieza.
CARMELO. —Usted también puede irse a la cama, tía.
ANYULA. —Tengo que ayudarle a María a lavar los platos.
CARMELO. —Deje. Hoy la ayudo yo. Váyase a dormir.
Se crea una pausa. Anyula mira a María y comprende que debe irse. Chicho advierte también el clima y comienza a ponerse nervioso. Simula interesarse en la lectura del diario.
ANYULA. —Hasta mañana, entonces.
Todos saludan. Anyula sale y se produce una pausa tensa. Carmelo busca la manera de empezar el diálogo. María, que se ha puesto a lavar los platos, está evidentemente, expectante.
Chicho comienza a ponerse a la defensiva. Carmelo saca una botella de grapa y se sirve.
CARMELO. —Oíme Chicho... Yo sé que vos sos muy sensible a estas cosas.
Chicho le aprieta la muñeca a Carmelo y hace un gesto de dolor.
CHICHO. — ¿Le pasa algo a la Nonita? ¿Está en yantas?
CARMELO. — ¿Cómo?
CHICHO. — ¿Está chacabuca? (Carmelo lo mira) ¿Enferma?
CARMELO. — ¿Quién?
CHICHO. —La Nonita.
CARMELO. —Está mejor que nunca. ¿No la viste?
CHICHO. —Mi Nonita... Si le pasara algo, no podría soportarlo. (Señala con la mano hacia la puerta de la pieza de la Nona, como los escolares cuando dicen un verso.) La abuela, en cuyo regazo alguna vez...
CARMELO. — ¡Pará! ¡Pará! (Pausa) Oíme, Chicho... Esta casa no puede seguir así.
Chicho lo mira con desconfianza.
CARMELO. —Este mes no llegamos.
CHICHO. —¿Adónde?
CARMELO-— ¡Con la guita! No llegamos.
Chicho se toma la frente y se queda con la mirada baja.
CARMELO. —Oíme... ya sé que estas cosas te hacen mal, pero tenés que hacerle frente de una vez por todas. Vos sos un artista, lo sé...
Chicho asiente con la cabeza.
CARMELO. —Nunca te hablé de los problemas de la casa.
CHICHO. —Ya no voy a poder componer. ¡No voy a poder componer!
CARMELO. — ¡Pero tenés que entenderlo! El puesto de la feria no da para más, ¿entendés? ¡No da para más! (Señala hacia la pieza de la Nona) Me lo está morfando.
MARÍA. —Bajá la voz que te puede oír.
CARMELO. — (Cuchichea) ¡Me lo está morfando! ¿Me oís? Es como mantener a diez leones juntos.
CHICHO. — (Lamentoso) Nonita...
CARMELO. — ¡Nonita, Nonita, pero nadie hace nada!
CHICHO. —Serví una copita, Carmelo.
Carmelo, de mala gana, le sirve grapa.
CARMELO. —Yo no sé... O esto se soluciona, o... tiene que haber otro ingreso.
CHICHO. — (Detiene la mano en el momento que lleva la copita a la boca y pone cara de susto) ¿Otro ingreso?
CARMELO. —Y claro.
Se hace una pausa prolongada. Chicho bebe un largo trago.
CHICHO. — ¿Y vos podrás tener otro trabajo?
CARMELO. — ¿Otro trabajo? ¿Pero vos estás loco?
MARÍA. —Carmelo se levanta a las cuatro de la mañana y vuelve a las ocho de la noche.
CARMELO. —Pará, María.
CHICHO. — ¿Y la Martita?
CARMELO. —Marta trabaja. Algo aporta.
CHICHO. —Entonces, no sé... No se me ocurre nada.
Se hace una pausa. Carmelo y María se miran.
MARÍA. — ¿El pescadero no te dijo que precisaba un ayudante?
Pausa tensa.
CARMELO. —Sí... Un ayudante.
CHICHO. —Ahora, digo yo... La Nona está muy viejita, ¿no?
CARMELO. —Sí. ¿Y?
CHICHO. —Y bue... ¿Cuánto más puede...? (Lloroso) ¡Dios le dé larga vida! Uno... dos añitos... Pasan volando.
CARMELO. —Cuando cumplió ochenta y ocho, me dijiste lo mismo, y tuve que vender el taxi.
CHICHO. — ¡Y bueno! Pasaron doce años. Se la ve avejentada.
CARMELO. — ¿Y qué querés? ¿Que ahora tenga que vender el puesto de la feria?
CHICHO. —No, eso no.
CARMELO. —Entonces voy a tener que hablarle al pescadero.
CHICHO. — ¡Pará... pará! Estas cosas hay que pensarlas bien. No hay que apurarse. (Toma el diario y
se pone a leer los avisos clasificados.) Algún laburo tranquilo tiene que haber. Carmelo mira a María y le hace un gesto de satisfacción.
CHICHO. — ¿Ves? Aquí hay uno. (Lee) «Persona adulta se necesita para todo tipo de cobranzas.»
CARMELO. —Bueno... Si lo del pescadero no te gusta y las cobranzas te dejan... Para mí es lo mismo.
(A María) ¿No?
CHICHO. — (Sin dejar de leer) No es para mí. Pensaba en la Nona.
CARMELO y MARÍA. — ¿En la Nona?
CHICHO. —Y claro. ¿No dijiste que el problema de esta casa es la Nona? Y bueno... hay que resolverlo con la Nona.
CARMELO. — ¿Pero cómo vas a mandar a la Nona a hacer cobranzas?
CHICHO. —Se las puede rebuscar por el barrio. Le ayudamos a cruzar la avenida y puede agarrar todo el sector comercial.
CARMELO. — ¡Pero no, Chicho! Además, se va a hacer un lío con la plata.
CHICHO. —Le anotamos en un papelito...
CARMELO. — ¡No va, Chicho!
MARÍA. — (Que ha terminado de lavar los platos, escandalizada.) Yo me voy a dormir. ¿Vamos, Carmelo?
María sale. Carmelo se pone de pie.
CARMELO. —Y ya sabés, mañana le hablo al pescadero.
CHICHO. — ¡Pará un poquito! (Obliga a Carmelo a sentarse) Lo de las cobranzas no va. Está bien. Pero tiene que haber otra cosa.
CARMELO. —Oíme, dejate de líos.
CHICHO. — (Que sigue recorriendo los avisos) ¡Es increíble la falta de oportunidades que hay en este país!
CARMELO. —Pero escuchame, Chicho... ¡tiene cien años! ¿Dónde va a conseguir laburo?
CHICHO. — ¿Y por qué no? La gente, cuando no trabaja, se muere. Además, acá se aburre todo el día. ¿Y en lo del pescadero? Según vos, es un trabajo tranquilo.
CARMELO. —Pero tenés que levantarte a las cuatro de la mañana.
CHICHO. — ¡Ah, y me lo querés encajar a mí!
CARMELO. —Pero escúchame... Para vos es un laburo ideal. Haces el turno de la mañana. De cinco a una.
CHICHO. — ¡Ocho horas!
CARMELO. —Tenés toda la tarde libre.
CHICHO. —Yo a la tarde no puedo componer, Carmelo.
CARMELO. —Bueno... ¡qué sé yo! Por ahí te puedo conseguir el turno de la tarde. (Se pone de pie) Y me voy a dormir.
CHICHO. — ¡Para un cacho! (Con gesto de descubrimiento) ¡Ya está! ¿Pero cómo no se nos ocurrió?
Carmelo lo mira.
CHICHO. —La jubilamos.
CARMELO. — ¿A la Nona?
CHICHO. —Y claro. ¿Cómo se llamaba aquel amigo tuyo que era gestor?
CARMELO. — ¿Y jubilarla de qué? Si la Nona nunca laburó.
CHICHO. —Qué sé yo... (Piensa rápidamente) Profesora de italiano.
CARMELO. — ¡Pero vos estás loco!
CHICHO. —Bueno... eso se piensa. Hablale a tu amigo.
CARMELO. — ¡Pero no! Además, la jubilación es una miseria. ¡No, Chicho, no! Y me voy a la cama.
Carmelo se encamina hacia la habitación. Chicho, alterado, va detrás de él.
CHICHO. —Pará... pará... (Lo toma antes de que llegue a la puerta) Tomemos otra copita, ¿eh?
Carmelo, desganado, vuelve hacia la mesa.
CHICHO. — ¡Dale, serví! Carmelo llena las copitas.
CHICHO. —Escúchame... ¿Por qué no la hacemos ver por un médico?
CARMELO. —Desde que tengo uso de razón, jamás vio un médico.
CHICHO. —Qué querés que te diga... Yo no la veo nada bien.
CARMELO. —Si el hambre es salud...
CHICHO. —No te engañés, Carmelo. Está comiendo menos. Hoy al mediodía no almorzó.
CARMELO. — (Con asombro) ¿No almorzó?
CHICHO. —Bueno, casi... Y a la tarde... estábamos solos, le ofrecí café con leche y no quiso.
CARMELO. — ¿No quiso? ¿Seguro?
CHICHO. —Como lo oís. Y me dijo que iba a empezar a hacer régimen.
Carmelo hace un gesto y bebe un trago de grapa. En ese momento ingresa la Nona, vestida como cuando se acostó.
NONA. —Bonyiorno.
CARMELO. — ¡Nona! ¿Qué hace levantada?
NONA. —Vengo a manyare el desachuno.
CARMELO. — ¿Qué desayuno?
NONA. —El desachuno. E la matina.
CARMELO. — ¿Qué matina? Son las diez de la noche.
NONA. — (Enojada) Ma, ¿y la luche?
CARMELO. — (Mira a Chicho) La luche... ¿Qué luche?
NONA. — (Más enojada) ¡La luche! ¡II giorno!
CARMELO. —Es la luz eléctrica, Nona. Mire... (Levanta la cortina que da al patio) ¿No ve que es de noche?
NONA. —Ma...tengo fame.
CARMELO. —Hace quince minutos que terminó de comer.
NONA. — ¿Quince minutos? Con razón. ¿No tené un cacho de mortadela?
CARMELO. —Es hora de dormir, no de comer. ¡Va...! Vamos a la cama.
NONA. — (Se sienta a la mesa) Ma... ya que estamo. El desachuno.
CARMELO. — (Fastidiado) ¡Qué desayuno ni desayuno! ¡Vamos! (La toma como para levantarla)
CHICHO. —Pará, Carmelo... (Acaricia la cabeza de la Nona) Nonita...
La Nona le guiña un ojo a Chicho.
NONA. —Dame un cacho de mortadela.
CHICHO. —Sí, Nonita, sí... Carmelo, hacele un sánguche a la Nona. Y después se va a la cama, ¿eh?
La Nona dice que sí con la cabeza y Carmelo comienza a preparar el sándwiche. Chicho, entretanto, mira fijo a la Nona tratando de descubrir algo.
CHICHO. —Usted, Nonita... ¿Nunca le duele nada? (Le toca donde supone que está el hígado) ¿Aquí? ¿Duele?
La Nona le saca la mano. Chicho, ansioso, insiste.
CHICHO. — ¿Duele?
NONA. — (Ríe). Me fa cosquiya. (A Carmelo) Bien cargadito, Carmelo.
CHICHO. — ¿Y el pulsito? ¿A ver...?
Le toma el pulso y le observa la muñeca.
CHICHO. — ¿Y ese sarpullido? No me gusta nada.
En ese momento llega Carmelo con el sándwich. La Nona se desprende de Chicho y toma el sándwich ansiosamente.
CARMELO. —Y ahora a la cama. Vamos.
La Nona sale masticando. Ambos la miran salir.
CARMELO. —Así que régimen, ¿eh?
CHICHO. —Yo no la veo nada bien.
CARMELO. — (Se encamina hacia la pieza). ¡Dejate de joder!
CHICHO. —Escúchame... hagámosla ver por un médico. No se pierde nada. Además...tiene cien años. Ponele que te diga un año, ¿viste? Para qué te vas a andar haciendo mala sangre con el laburo, ¿no?
CARMELO. — (Luego de una pausa) Está bien. Vamos a ver qué dice el médico.
CHICHO. —Fenómeno, Carmelo.
Carmelo sale. Chicho, alegre, bebe el resto de grapa. Carmelo reaparece.
CARMELO. — (Le apunta con el índice) Pero si, como pienso, no tiene nada, mañana mismo le hablo al pescadero.
Carmelo sale. Las luces se apagan sobre el rostro preocupado de Chicho.
La mañana del día siguiente; Chicho se pasea por la cocina de un lado para otro, nervioso. Anyula, sentada en un costado, reza el rosario.
CHICHO. — (Para sí) Ya deberían estar de vuelta, ¿no? (Pausa.) Y... se veía que la Nonita no estaba nada bien. Seguramente tuvieron que dejarla internada. (Se detiene y observa a Anyula) ¿Qué hace, tía?
Anyula no lo escucha.
CHICHO. — ¡Tía!, ¿Qué hace?
ANYULA. —Rezo por la salud de mamá.
CHICHO. — ¡No haga nada! Pare. Cébese unos mates, mejor.
Anyula se levanta y se pone a preparar el mate.
ANYULA. —Dios quiera que mamá esté bien.
CHICHO. —Y... pero por algo tardan tanto.
ANYULA. —Los hospitales... ya sabes cómo son. En las clínicas privadas te atienden más rápido, pero... Todo es cuestión de suerte, querido. Mirá lo que pasó con tu tío Pancho en una clínica privada. Lo mataron, pobrecito. ¡Lo mataron!
CHICHO. — ¿Qué clínica era?
ANYULA. —No sé... Ahí por Constitución.
CHICHO. — (Para sí) Por Constitución... (Pausa) Por ahí tuvieron que dejarla internada. En fin... hizo su vida.
En ese instante ingresa la Nona desde la calle, caminando rápidamente, ante la mirada atónita de Chicho. Detrás llegan María y Carmelo.
NONA. —Bonyiorno... La picadita.
La Nona se sienta frente a la mesa. María sale hacia su pieza. Anyula va detrás de ella.
ANYULA. —María... ¿Qué dijo el médico?
Ambas mujeres salen. Chicho, ansioso, se enfrenta a Carmelo.
CHICHO. — ¿Cómo? ¿La trajeron?
CARMELO. — (Duro) ¿A quién?
Chicho señala con un cabeceo a la Nona.
CARMELO. — ¿Y dónde se iba a quedar?
CHICHO. —En el...
Chicho hace otro cabeceo, como señalando el hospital. Carmelo lo mira sin entender.
CHICHO. —Nona... ¿Por qué no se va a su pieza?
NONA. —Ma no. Estoy bien acá.
CHICHO. —Tiene que descansar un rato. Vaya.
NONA. —La picadita.
CARMELO. — ¿Qué picadita? Son las once de la mañana.
Chicho se dirige al armario, saca una bolsa de papas fritas y se las entrega a la Nona.
CHICHO. —Tome. Pero se va a su pieza, ¿eh?
La Nona toma la bolsa y se dirige a su habitación. Chicho espera que la Nona salga.
CHICHO. —Bueno ¿y?
CARMELO. —Está fenómena.
CHICHO. — ¿Cómo fenómena?
CARMELO. — ¡Fenómena! No tiene nada.
CHICHO. — ¿Cómo no va a tener nada?
CARMELO. —Nada. ¿Sabés qué dijo el médico? «Tienen abuela por muchos años.»
CHICHO. — ¿Por cuántos?
CARMELO. — ¡Qué sé yo, Chicho! Quiso decir que está muy bien.
CHICHO. — ¡Pero vos debiste haberle preguntado!
CARMELO. — ¿Preguntado qué?
CHICHO. —Por cuántos años. Para eso fuiste, ¿no?
CARMELO. — ¿Pero no te digo que está perfecta?
CHICHO. —Bueno... pero vos sabés cómo son los médicos, Carmelo. ¡Unos años...! (Lo mira y levanta dos dedos) ¿Dos años...?
CARMELO. —Oíme, Chicho. «Muchos años», dijo. ¿Entendés? ¡Muchos años! Así que esta tarde le hablo al pescadero.
CHICHO. — ¡Pero, pará! Vamos por partes. ¿La revisaron bien?
CARMELO. — ¡Y claro!
CHICHO. — ¿A ver? ¿Qué le hicieron?
CARMELO. —De todo. Revisación completa, hasta un electrocardiograma.
CHICHO. — ¿Y?
CARMELO. —Perfecto.
CHICHO. — ¿Con esfuerzo también?
Carmelo lo mira.
CHICHO. —Eso que te hacen pedalear para ver si el corazón... (Hace un gesto como de reventar)
CARMELO. —No eso no.
CHICHO. — ¿No ves? (Enojado) ¡No es serio, Carmelo! Dejame de joder.
CARMELO. —Escuchame, Chicho... Vos querías que la viera un médico, ¿no? Bueno, la vio. Y más de uno. Y está bien, ¿oís? ¡Perfectamente bien! Y me voy a la feria.
Carmelo hace un ademán de ponerse de pie.
CHICHO. — (Ansioso) ¿Y régimen de comidas?
CARMELO. —Que coma lo que quiera. Que ella misma se va a poner sus propios límites.
CHICHO. — ¿Qué límites?
CARMELO. —Eso digo yo. ¡Qué límites!
Carmelo se pasa la mano por la cara. Anyula aparece y comprueba si el agua del mate está caliente. Carga el mate con yerba.
ANYULA. —Qué suerte que mamá esté bien, ¿no?
CHICHO. — ¿Y la presión?
CARMELO. —Ocho y trece.
CHICHO. — ¡Veintiuno! Es una enormidad.
CARMELO. —No, animal. Ocho de mínima y trece de máxima. Y me voy. (Nuevo ademán de salir)
CHICHO. —Y del sarpullido, ¿Qué dijo?
CARMELO. — ¿Qué sarpullido?
CHICHO. — ¡Cómo! (Exagera) Tiene todo el brazo tomado.
CARMELO. —Nada.
CHICHO. — ¡Escuchame! Eso puede ser lepra.
CARMELO. — ¡Pero, por favor, Chicho!
Carmelo se pone de pie.
CHICHO. —Yo creo que habría que hacer una consulta.
CARMELO. — ¿Pero para qué?
CHICHO. —Parece que hay una clínica muy buena por Constitución. Yo te voy a averiguar.
CARMELO. — ¡Basta, Chicho! Quedamos en que la viera un médico, ¿no? bueno... la vio, y más de uno.
Anyula se acerca y le tiende un mate a Chicho mientras le acaricia la cabeza.
ANYULA. — ¡Cómo te preocupa la salud de mamá...!
CHICHO. — ¿Le miraron la dentadura?
CARMELO. —Perfecta. Dijo que tiene los dientes como un muchacho de veinte años.
CHICHO. — ¡Dios mío!
Aparece María con dos changuitos y varias bolsas de compras.
MARÍA. —Vamos, Anyula.
Anyula y María salen hacia la calle ante la mirada de desesperación de Chicho y de resignación de Carmelo.
CHICHO. —Escuchame, Carmelo... en el café hay un pibe que estudia para dentista. Anda en la mala.
Por cincuenta lucas le saca todos los dientes.
Carmelo se pone de pie.
CARMELO. — ¿Qué turno preferís? ¿El de la mañana o el de la tarde?
CHICHO. — (Alarmado) ¡Pará... pará!
Chicho observa que nadie escuche. Crea una pausa expectante.
CHICHO. —Escuchame... escúchame bien, ¿eh? (Se acerca como para una confidencia) ¿Y si la hacemos... yirar?
CARMELO. — ¿Hacerla qué?
CHICHO. — (Carraspea y hace un gesto cómplice) Yirar... Hacer la calle.
Carmelo lo mira.
CHICHO. —A la Nonita...
Carmelo agarra a Chicho por el cuello.
CARMELO. — ¿Qué decís?
CHICHO. — ¡Pará... soltá!
CARMELO. —Nuestra familia fue siempre decente. Pobre, pero decente.
CHICHO. — ¡Pará! (Logra soltarse) No te pongas moralista, Carmelo. Hoy en día nadie vería mal una cosa así.
CARMELO. — ¿Pero cómo vamos a hacer yirar a la Nona?
CHICHO. —Escuchame... Puede andar un vagón.
CARMELO. — ¿Pero quién va a querer...? (Señala hacia la pieza de la Nona)
CHICHO. — ¿Quién va a querer? Está lleno de degenerados, Carmelo. Los tiempos cambiaron. En Suecia andan con los perros ¿Sabías?
Carmelo hace un gesto de sorpresa.
CARMELO. — ¿Cómo los perros?
CHICHO. — ¡Cómo lo oís! ¡Con los perros! Y bueno... Entre un perro y... (Señala hacia la pieza de la Nona) ¿Por qué no? Y ella se puede divertir.
CARMELO. — ¡Pero no, Chicho! ¡Estamos todos locos! ¿Cómo nosotros... de qué manera...?
CHICHO. — ¿De qué manera? Como se hacen estas cosas. La parás en el cruce a las tres de la mañana... Escuchame: los que vienen en banda y medio mamados agarran cualquier cosa.
CARMELO. — (Luego de analizar la posibilidad) ¡Pero no, Chicho, terminala! Hoy mismo le hablo al pescadero.
Carmelo sale hacia la calle. Chicho queda con la cabeza entre las manos. Un instante después entra la Nona agitando la bolsita de papas fritas vacía.
NONA. —Papa frita.
Chicho la mira.
NONA. —Papa frita, Chicho.
Chicho la sigue mirando mientras la Nona agita la bolsa vacía. De pronto, va irguiéndose en la misma medida que la cara se le ilumina. Se pone de pie y observa que no haya nadie cerca. Luego se acerca a la Nona y le acaricia la cabeza.
CHICHO. —Nona... Nonita... ¿No quiere que salgamos a dar un paseo?
NONA. — ¿Paseyata?
CHICHO. —Eso. Una paseyata, ¿eh?
La Nona niega con la cabeza.
CHICHO. —A tomar un poquito de sol... (La toma como para levantarla) A la placita. ¿eh?
La Nona niega con la cabeza.
CHICHO. —Vamos... le va a hacer bien. Necesita caminar un poco. (Hace más presión para levantarla)
NONA. — ¡Me va fangulo! Dame papa frita.
CHICHO. — (La suelta) Bueno, Nona, Bué... Está bien. (Se pasea pensativo) Me voy solo. Me siento a tomar sol... me compro una bolsa grande de pochoclo... (La mira de reojo)
NONA. — (Se le ilumina el rostro) ¿Pochoclo?
CHICHO. —Una bolsa bien grande. Y me la voy a comer toda.
NONA. — ¿Me va a traer pochoclo?
CHICHO. — ¡Ah, no...! Ahora... si quiere venir conmigo, la convido.
La Nona se pone de pie.
CHICHO. —Muy bien, Nonita.
Chicho la toma por el hombro y se dirigen hacia la salida.
CHICHO. —Un lindo paseíto, ¿eh?
NONA. — (Se detiene) ¿Y el pochoclo?
CHICHO. —El pochoclo, claro.
NONA. — ¿Una bolsa bien grande?
CHICHO. —Grande. Bien grande.
NONA. —Y quiero lupines, también.
CHICHO. —No existen más los lupines, Nona.
NONA. — ¡Quiero lupines!
CHICHO. —Está bien. Vamos a ver si conseguimos.
Chicho arrastra a la Nona hacia la calle. Apagón. Se ilumina la cocina. En escena están Carmelo, que se pasea nerviosamente de un lado para otro; Anyula reza el rosario sentada en un rincón; Chicho está acodado en la mesa, con la cabeza entre las manos. Un instante después ingresa María desde la calle. Todos, menos Chicho, la miran expectantes.
MARÍA. —En el barrio nadie sabe nada.
CHICHO. — (Lloroso) Mi Nonita...
CARMELO. — ¡Vos también, Chicho!
CHICHO. —Y fue por darle el gusto. Me dijo: «Chicho, sacame a pasear; nunca salgo; todo el día metida aquí adentro.»
MARÍA. —Raro... Hace años que no dice de salir.
CARMELO. — ¿Te dijo que quería salir?
CHICHO. — ¡Creeme, Carmelo! «Quiero caminar un poco.» ¿Y qué cosa más linda que salir a caminar con la Nona?
CARMELO. —Está bien. La llevaste a la plaza... ¿Y?
CHICHO. —Y bueno... Al rato me dijo que se aburría. « ¡Siempre esta plaza!, ¡Siempre esta plaza...!
¡Salgamos un poco del barrio!»
CARMELO. — ¿Y?
CHICHO. —Y bueno... empezamos a caminar.
CARMELO. — ¿Para dónde?
CHICHO. — (Señala imprecisamente) Para allá.
CARMELO. —Para allá, ¿Dónde?
CHICHO. —Por la avenida... Todo derecho.
CARMELO. — ¿Y?
CHICHO. —Y bueno... Charlando, charlando... llegamos al Italpark.
CARMELO. — ¿Al Italpark? ¡Pero son como doscientas cuadras!
CHICHO. —Es que la conversación venía interesante. ¡Pero no caminamos todo el tiempo! Quiso tomar un colectivo... después otro... Y cuando vio el Italpark... «Chicho —me dijo—, quiero dar una vuelta en la montaña rusa».
CARMELO. — ¿La montaña rusa? ¿Y qué sabe la Nona de...?
MARÍA. —Se pudo haber muerto de un susto.
CHICHO. — ¡No, María...! Le hice dar tres vueltas y se divertía.
CARMELO. —Sos un inconsciente, Chicho. (Breve pausa) ¿Y después?
CHICHO. — ¡Después se le ocurrió comer pochoclo...! ¡Y ahí fue el error! Le dije: «No se mueva de aquí que le voy a comprar». Cuando volví... (Llora) Seguro que se perdió para siempre.
CARMELO. — (Luego de una pausa) Va a haber que avisar a la policía.
CHICHO. —Esperemos unos días.
Carmelo se pone el saco y se dispone a salir en el momento en que desde la calle ingresa la Nona con un globo rojo en una mano y una «manzanita» a medio comer en la otra.
NONA. — ¡Bonasera!
Apagón rápido.
Las luces iluminan la cocina vacía. Un instante después ingresa desde la calle Carmelo, evidentemente alterado.
CARMELO. — ¡Chicho!
Se dirige a la habitación de Chicho. Abre la puerta y comprueba que está vacía. Vuelve a la cocina.
CARMELO. — ¡Chicho!
Aparece María desde el interior de la casa.
CARMELO. — ¿Dónde está Chicho?
MARÍA. —Salió. ¿No fue a la feria?
CARMELO. — ¿Cuánto hace que salió?
MARÍA. —Más de una hora. Yo creí que iba a la feria.
CARMELO. —Le dije que el pescadero lo esperaba hasta las diez. Ah, pero me quedo aquí a esperarlo y me lo llevo a patadas a la feria. Conmigo no va a joder.
Abre el armario, saca la botella de grapa y una copita, y bebe. Del interior aparece Marta vestida para salir.
MARTA. —Hola, papá. ¿Qué hacés a esta hora?
María le hace un gesto y Marta advierte el estado de ánimo de su padre.
MARTA. —Bueno, me voy.
MARÍA. —Supongo que hoy no estarás de turno otra vez.
MARTA. —Y... sí. Pero hasta las dos o tres de la mañana, nada más. Como anoche.
MARÍA. — ¡Ay, nena! Ese trabajo tuyo cada vez lo entiendo menos.
MARTA. — ¡Ya te expliqué! Los turnos son rotativos. Chau.
Marta sale. Se hace una pausa.
MARÍA. — ¿Qué quiere decir eso de turnos rotativos?
CARMELO. — (Que no ha escuchado nada de lo que habló) ¡Conmigo no va a joder! (Mira la hora) Encima me estoy perdiendo la mejor hora de venta.
MARÍA. —Todas las noches hasta las tres, cuatro de la mañana... Yo no sé...
En ese momento ingresa Chicho, alegre y alzando los brazos con un gesto de victoria.
CHICHO. — ¡Todo arreglado! ¡Todo arreglado!
CARMELO. — ¡Oíme, atorrante...!
CHICHO. — ¿Qué te pasa?
CARMELO. — ¿Cómo qué me pasa? ¿No tenías que estar a las diez en la feria?
MARÍA. —Calmate, Carmelo.
CHICHO. — ¿Pero no te digo que está todo arreglado? Carmelo... ¡Todo arreglado! La solución para todos. Serví una copita.
Carmelo le sirve y lo mira expectante, al igual que María. Chicho bebe.
CHICHO. — (Triunfal) ¡La casamos!
CARMELO. — ¿A quién?
CHICHO. —A la nona. ¿A quién va a ser? ¡Cómo no se nos ocurrió antes!
CARMELO. — ¿Pero vos estás mamado?
CHICHO. — ¿Por qué? Ya tengo el candidato y todo.
Ambos lo miran. Pausa.
CHICHO. —Don Francisco, el del quiosco.
MARÍA. —Es muy joven para ella.
CHICHO. —Tiene como ochenta años.
MARÍA. —El hombre tiene que ser mayor.
CHICHO. —Pero. ¿Y qué quieren? ¿Qué consiga uno de ciento cuatro?
Se hace una pausa. Carmelo se sirve y bebe, mientras piensa en el proyecto.
CARMELO. — ¿Hablaste con él?
CHICHO. —Por supuesto. Vengo de eso.
CARMELO. — ¿Y?
CHICHO. —Está de acuerdo.
MARÍA. — ¿Se quiere casar con la Nona?
CARMELO. — (A María) ¡Pará! (A Chicho) ¿Qué le dijiste?
CHICHO. —Bueno... que precisaba una mujer. Me dijo que sí, que se sentía solo. Y yo le dije que tenía una candidata. De la familia.
CARMELO. —La Nona.
CHICHO. —Bueno... prácticamente se lo di a entender.
Carmelo lo mira significativamente.
CHICHO. —Carmelo, estas cosas se hablan así. Esta noche tenemos que concretar.
Carmelo se queda pensativo.
CHICHO. — (Tímidamente) Yo creo que es la solución ideal.
CARMELO. —No sé... Don Francisco es una buena persona; tiene plata. Bah, eso se dice. (Bebe un trago) Está bien. Habla con él. Pero es tu última oportunidad. Si fallás, a la feria. ¡Y doble turno!
CHICHO. —Otra ventaja que vamos a tener son los fasos gratis.
CARMELO. —Eso no me interesa. A mí, con tal de que le dé de morfar a la Nona me basta.
CHICHO. —Bueno, pero tampoco se las va a llevar todas de arriba.
CARMELO. — ¡Oíme, Chicho!, no me vengas con tus teorías raras. La cosa es casar a la Nona, nada más. Con el Francisco.
CHICHO. —Y sí... con el Francisco.
MARÍA. —Pobre Anyula.
CHICHO. — ¿Qué pasa con Anyula?
MARÍA. —Anyula lo quiso siempre al Francisco. Y en una época parecía que él... Bueno...
CARMELO. —Esa es otra historia.
MARÍA. —Digo, nomás. Parece ser que la Nona se opuso.
CARMELO. —Bueno, hay que ver...
MARÍA. — ¡Eso es cierto! Anyula me lo contó una vez. Aparte, la Nona hizo siempre lo posible para que Anyula no se case. Desde chica le corrió los candidatos.
CARMELO. —Esa historia a nosotros no nos interesa. Es cuestión del Francisco; él elige, y elige a la Nona. Esto queda entre nosotros, ¿estamos? Hay que engancharlo al Francisco.
CHICHO. —Vos dejalo por mi cuenta.
CARMELO. —Pero oíme... ¡Eso sí! Yo quiero la cosa legal, ¿eh?
CHICHO. — (Ofendido) No tenés que decírmelo, Carmelo. Se trata de la Nonita.
CARMELO. —Con libreta y con todo. Y vamos a hacer una gran fiesta.
CHICHO. — (Lagrimeando) Se nos casa la Nona. Se nos casa la Nonita.
Apagón. Se enciende la trastienda del quisco de don Francisco, un ambiente donde hay una cama, una mesa y dos sillas, rodeadas por cajas de mercadería. Golpean, y Francisco sale a abrir. Un momento después ingresa Chicho.
CHICHO. — ¿Ya cerró?
FRANCISCO. —Eh... a esta hora... para vender dos paquetes de cigarrillos...
CHICHO. —Pero las cosas van bien, ¿eh?
FRANCISCO. —Eh... apenas para comer. Siéntese.
Francisco se sienta frente a Chicho.
FRANCISCO. —Estuve pensando lo que me dijo... La verdad es que estoy muy solo.
CHICHO. —En mi familia va a encontrar un hogar, don Francisco.
FRANCISCO. —Además... bueno, para qué lo voy a negar. Ella me gusta mucho. Se entiende, ¿no?
CHICHO. —Bueno, más o menos. Pero en gustos, don Francisco...
FRANCISCO. —No le voy a decir que yo le gusto, pero... (Lo mira) Supongo que habrá que ablandarla un poco.
CHICHO. —No, ya está decidida.
FRANCISCO. —Sí, pero la diferencia de edad...
CHICHO. — ¡Vamos! No se va a fijar en eso. Lo importante es el compañerismo.
FRANCISCO. —No crea, que yo todavía... (Se golpea el pecho y ríe)
CHICHO. —Sí, pero ella...
FRANCISCO. —Ella es un manjar. (Chicho hace un gesto) ¡Vamos! Está bien que es parienta suya, pero tiene que entenderlo. Usted es hombre, también. Pero no crea... la diferencia de edad me preocupa. La verdad es que yo necesito una mujer de mi edad.
CHICHO. —Bueno... de edad... de la de ella... Añitos más, añitos menos, ¿eh? Además, la mujer madura tiene más experiencia... Es un poco mujer y un poco madre. ¡Bué! Ya está decidido. Habrá que fijar la fecha y... Eso sí, precisaríamos algún adelanto, ¿me entiende?
FRANCISCO. —Un momento... Las cosas hay que hacerlas bien. Antes quiero hablar con la madre.
CHICHO. —Con la hija, dice usted.
FRANCISCO. —Con doña María.
CHICHO. —La nieta.
FRANCISCO. —No hagamos líos. Yo quiero hablar con doña María y don Carmelo. Lo que diga la chica no me importa. Lo que importa es lo que dicen los padres. Así se usaba en mi pueblo.
CHICHO. —Ah... usted dice... Claro. Usted quiere pedir la mano de Martita.
FRANCISCO. — ¿Y de quien estuvimos hablando todo este tiempo? ¿De su abuela?
CHICHO. —No, claro, claro... (Hace tiempo mientras piensa) Sí, eso de la diferencia de edad es grave. Yo no lo había pensado. Martita tiene veinte años... No le gusta el trabajo... Bah, lógico. Quiere divertirse.
FRANCISCO. —Conmigo va a marchar derecho.
CHICHO. —Usted dice, pero después... Una chica así le va a hacer la vida imposible. No, don Francisco... tiene razón. Lo que usted precisa es una mujer mayor, que lo ayude en el quiosco, callada... Que lo escuche cuando usted habla...
FRANCISCO. — ¿Anyula?
CHICHO. —Bueno... Anyula es un poco chiquilina. Lo ideal sería más madura.
FRANCISCO. — ¿Sabe que Anyula me gustaba cuando éramos jóvenes?
CHICHO. —No, pero ahora está insoportable.
FRANCISCO. —La madre... Esa tuvo la culpa. Discúlpeme... es su abuela, pero ésa nos arruinó.
CHICHO. —Celos.
FRANCISCO. — ¿Cómo?
CHICHO. —Fueron celos. Ella estaba enamorada de usted.
FRANCISCO. — ¿La Nona?
CHICHO. — (Asiente, ceremonioso) Me lo dijo a mí.
FRANCISCO. — (Lanza una carcajada) ¡Mire usted! La vieja...
CHICHO. —Y todavía lo está.
Francisco lo mira.
CHICHO. —Es el drama de nuestra familia. Francisco... Francisco... se la oye por las noches.
FRANCISCO. — (Hace los cuernos) ¡Cruz diablo!
CHICHO. —Es una historia de amor, don Francisco. (Le toma las manos y le habla lastimeramente.) Cásese con ella.
FRANCISCO. — ¿Con la vieja? ¡Ma vos estás loco! Yo quiero a la chica.
CHICHO. —Escúcheme... la Nona está muy enferma.
FRANCISCO. —Es el veneno que tragó.
CHICHO —Los médicos han dicho: «Un mes, cuanto mucho». Ha sufrido, don Francisco. Ha hecho sufrir, pero ha sufrido, como el ave Fénix. ¡Démosle un poco de felicidad en sus últimos días!
FRANCISCO. — ¡Ma vos estás loco! Es como ir un mes a la cárcel. ¿Por qué lo voy a hacer? ¿Qué gano con eso?
CHICHO. — ¿Qué gana? (Hace tiempo mientras piensa) ¿Qué gana...? Está bien, se lo voy a decir.
Francisco lo mira expectante.
CHICHO. —La herencia.
FRANCISCO. — (Se le ilumina el rostro) ¿Herencia?
CHICHO. — (Asiente en silencio) Media Catanzaro es de ella.
FRANCISCO. — ¿De la Nona?
Chicho asiente.
FRANCISCO. — ¿Media Catanzaro?
CHICHO. —Bueno... Catanzaro es chica, ¿vio? Pero es una fortuna.
FRANCISCO. — (Algo desconfiado) Nunca se dijo.
CHICHO. —Ella lo ocultó siempre.
FRANCISCO. — ¿Por qué?
CHICHO. —Bueno... como la plata no se podía traer...
FRANCISCO. — ¿Y por qué?
CHICHO. —Hay una ley. Ella tenía que ir a cobrarla allá.
FRANCISCO. — ¿Y por qué no fue?
CHICHO. — ¿Por qué? (Pausa) La guerra.
FRANCISCO. — ¿Qué guerra?
CHICHO. — ¿Cómo qué guerra? ¿Le parece que no hubo guerra?
FRANCISCO. —Hace treinta años que se acabó la guerra.
CHICHO. —Bueno... Pero nunca hay paz entre los hombres, don Francisco.
Francisco hace un gesto para hablar.
CHICHO. —Pero no se preocupe. En cuanto ella se muera...
FRANCISCO. —Cobran la plata.
CHICHO. —Al día siguiente. Está todo arreglado. La cosa se hace de ejército a ejército. Garantía absoluta. Piénselo, don Francisco; es un mes, y después... lo que usted quiera. A Martita la va a tener que echar de la pieza. Bué...
Chicho hace un ademán de salir.
FRANCISCO. —Pare... No se vaya. Ahora, digo yo... (Astuto) Si yo me caso... ustedes pierden la herencia. No le conviene.
CHICHO. — (Algo desconcertado) Eh, don Francisco... don Francisco... (Lo palmea mientras piensa.) Usted quiere que le cuente todo hoy.
FRANCISCO. —Explíqueme.
CHICHO. —Bueno, si la Nona se muriera... (Lloroso) ¡Dios no lo permita, mi Nonita!
FRANCISCO. — ¿Pero no me dijo que tiene para un mes?
CHICHO. —Si se muriera hoy, quiero decir. ¿A manos de quién iría a parar la herencia?
FRANCISCO. —De ustedes.
CHICHO. — (Niega con la cabeza) De Anyula. Es la hija.
FRANCISCO. —Y bueno...
CHICHO. —Y Anyula... ¿Hace mucho que no la ve?
FRANCISCO. —Años... Al quiosco no viene nunca.
CHICHO. — ¡Eh, Anyula...! Se patina la herencia en dos meses. Copas, farras... (Gesto de fumar) ¡Yerba! ¡Terrible!
FRANCISCO. — ¿Anyula? Pero antes…
CHICHO. — ¡Antes! Cuando fracasó lo de ustedes, quedó muy mal y...
Francisco hace un gesto de consternación.
CHICHO. —Usted ha hecho estragos en nuestra familia, don Francisco. En cambio, sabemos que cuando usted cobre la herencia, bueno... No se va a olvidar de nosotros.
FRANCISCO. — (No muy convencido) Supongo que no.
CHICHO. —Bueno... Entonces ya está decidido.
FRANCISCO. —Está bien.
CHICHO. —Eso sí, va a tener que ser cuanto antes.
FRANCISCO. —Cuando ustedes digan.
CHICHO. —Entre paréntesis... Va a hacer falta algo de plata. Hay unos gastos administrativos.
FRANCISCO. —Después del casamiento.
CHICHO. — (Resignado) Bué... (Toma un cartón de cigarrillos que hay sobre un estante) Huy... justo los que fumo yo.
FRANCISCO. — (Le saca el cartón) Después de la herencia.
Chicho inicia el mutis.
FRANCISCO. — ¿Un mes me dijo?
Chicho lo mira sin entender.
FRANCISCO. —La Nona...
CHICHO. — ¡Ah, sí! Y por ahí es cuestión de días.
FRANCISCO. —Entonces conviene hacerlo rápido. Si está tan mal...
CHICHO. — (Lastimero) Si ya casi no come, don Francisco.
Apagón rápido. Se ilumina la cocina. Carmelo llega desde el fondo al mismo tiempo que la Nona ingresa desde su habitación.
NONA. — ¿Si manya ya?
Nadie le contesta. Carmelo abre la heladera y saca una gran fuente cubierta por una servilleta. La Nona roba un pan y es sorprendida por Carmelo, que se lo saca de la mano y lo devuelve a la panera.
CARMELO. — ¡Largue, Nona! Ya va a comer el asado.
NONA. —Ma... de acá a la hora de mayare. No está fato el fuoco ancora.
CARMELO. —El fuego ya está. Dentro de un rato comemos.
Ingresa María trayendo una mantilla y un par de zapatos.
CARMELO. — (A María) Anda preparándola.
Carmelo sale hacia el fondo.
MARÍA. —Venga, Nona. Tiene que ponerse linda.
La Nona niega con la cabeza.
NONA. —Pochoclo.
MARÍA. —No hay pochoclo. ¡Vamos!
La Nona niega con la cabeza.
NONA. —Papa frita.
MARÍA. —Tampoco. Ahora vamos a comer.
NONA. —Dulce de leche.
María suspira con un gesto de cansancio. Abre la heladera y se fija.
MARÍA. —No hay dulce de leche. (La mira) ¿Mayonesa?
NONA. —Mayonesa.
María saca un frasco de mayonesa y una cuchara, y se los entrega a la Nona. Luego la sienta en una silla y le cambia la mantilla y los zapatos, mientras la Nona devora el frasco de mayonesa.
MARÍA. —Tiene que ponerse linda, Nona. Se va a cambiar de mantilla, ¿eh? Y se va a poner los zapatos.
NONA. — ¿E mi cumpleaño oyi?
MARÍA. —No, falta todavía. Pero estamos de fiesta.
NONA. — (Alegre) ¡Festa, festa!
Aparece Chicho vestido con lo mejor que tiene.
CHICHO. — (Alegremente) Ah, Nonita... qué pinta. Parece diez años más joven. (Se da cuenta que no es mucho) ¿Qué? Veinte... o treinta. No le das ni setenta años.
NONA. — ¡Festa, festa, Chicho!
CHICHO. —Fiesta, sí.
María sale hacia el interior llevando la mantilla y las zapatillas. Al mismo tiempo aparece Carmelo.
CHICHO. —Che, Carmelo, mirá la Nonita.
CARMELO. — (Lleva a Chicho a un costado) Francisco no fallará, ¿no?
CHICHO. — ¡Cómo va a fallar!
CARMELO. —Si a las dos tenemos que estar en el civil, hay que comer temprano. (Pausa. Mira a la Nona) ¿No será mejor decirle algo?
CHICHO. — ¿Te parece?
CARMELO. —Y... digo... A ver si mete la pata en el civil.
CHICHO. —Está bien, yo me ocupo. Andá a atender el asado.
Carmelo sale hacia el fondo.
NONA. —Carmelo... la moyequita cortala bene finita.
CHICHO. — (Acaricia a la Nona) Nonita...
NONA. —Vamo al fondo. Cherca del fuoco. Se encamina hacia el fondo.
CHICHO. —Ahora van a traer la picadita.
La Nona se detiene. Chicho la sienta y se ubica frente a ella.
CHICHO. —Nonita... La de la mirada dulce. Esos ojos que han visto nacer árboles y morirse para volver a nacer.
NONA. — ¿Van a traer la picadita?
CHICHO. —Ya va... ya va... ¿Le dijeron quién va a venir hoy?
La Nona niega con la cabeza.
CHICHO. —El Francisco. ¿Se acuerda?
NONA. —Ese mascalzone.
CHICHO. —Es un buen muchacho, Nona. Y a usted la quiere mucho.
La Nona lo mira.
CHICHO. — (Falsamente pícaro) Y me parece que a usted le gusta también.
NONA. —La picadita, Chicho.
CHICHO. —Le decía, Nona... usted tendría que pensar en el futuro... asegurarse un porvenir. Algún día podemos faltarle y... (Mira a la Nona esperando una reacción)
NONA. — (Algo enojada.) ¿Y la picadita?
CHICHO. — ¡La puta que lo parió con la picadita! (Le da un pan mientras le acaricia la cabeza para calmarla) Vaya masticando.
Se hace una pausa. La nona mastica y Chicho sigue acariciándola mientras piensa.
CHICHO. —Pero este Francisco es un gran muchacho, ¿eh? (Mira a la Nona y espera.) Es italiano. (Igual) Y está muy bien. Tiene un quiosco cerca de la estación. Si lo viera... Lleno de chocolates... caramelos...
Los ojos de la Nona se iluminan.
NONA. — ¿Chocolata?
CHICHO. —Uf. Tiene una pieza llena. Del blanco, del esponjoso... rellenos de dulce de leche... caramelos de naranja... pastillas de menta... maní con chocolate...
NONA. — ¿Va a venir el Franchesco?
CHICHO. —Debe estar por llegar. Va a comer un asadito con nosotros... Después vamos a ir todos a ver a un señor a una oficina y… (Cauteloso) Esta noche se la lleva al quiosco. Usted se va con él.
NONA. — ¿Me va a dare la chocolata?
CHICHO. —Lo que usted le pida. (Le acaricia la cabeza) ¿Eh, Nonita?
La Nona dice que sí con un rápido movimiento de cabeza. Carmelo se asoma desde el fondo y mira a Chicho.
CHICHO. —Todo arreglado... Todo arreglado.
Suena el timbre de calle. María va a atender.
CHICHO. —El «sorello», llegó el «sorello».
CARMELO. — ¡Qué decís, animal! El fidanzato.
CHICHO. —El fidanzato... el fidanzato...
Ingresa Francisco, vestido de traje azul marino y con un ramo de flores en una mano y una caja de bombones en la otra. Del interior aparece Marta.
CARMELO. —Adelante, don Francisco.
FRANCISCO. — ¿Cómo le va, Carmelo? (Lo saluda) Hola, Chicho. (Mira a ambos lados) ¿Y Martita? (En ese momento la ve aparecer) Martita...
MARTA. — ¿Cómo está, don Francisco? (Le da la mano)
FRANCISCO. —Supongo que ahora que voy a ser tu... (Mira a los demás)
CARMELO. —Bisabuelo.
FRANCISCO. —Bueno... bisabuelo. Te puedo dar un besito, ¿no?
La besa algo cargosamente. Chicho lo toma del brazo y lo separa de Marta.
CHICHO. —Bueno, don Francisco. Ahora tiene que saludar a la... novia.
FRANCISCO. —Sí... sí, por supuesto.
Francisco, rodeado por lo demás, se va acercando a la Nona, que permaneció ajena a la escena y sigue masticando. Francisco se planta frente a ella y le hace una reverencia.
CARMELO. — ¿Vio quién vino, Nona?
NONA. —El Franchesco.
Francisco le tiende el ramo de rosas.
NONA. — (Enojada) ¿Cosa e? ¿Y la chocalata?
Chicho, rápidamente, toma el ramo de rosas de la mano de Francisco, le saca la caja de bombones y la coloca sobre el regazo de la Nona.
CHICHO. —Aquí tiene, Nona. (A Francisco) Las rosas le traen malos recuerdos. Siéntese, don Francisco.
Lo sienta al lado de la Nona, quien ya ha abierto la caja de bombones y se pone a comer.
CARMELO. —Permiso, don Francisco. Voy a atender el asado. Traé pan para los chorizos, María. Vos, Chicho, servile un poco de vino a don Francisco.
Carmelo y María salen hacia el fondo.
FRANCISCO. — (Señala una silla junto a él) Vení acá, Martita. A mi lado.
MARTA. —Tengo que terminar de arreglarme.
Marta sale hacia el interior. Chicho le tiende un vaso de vino a Francisco. Se queda un instante mirando a Francisco y a la Nona.
CHICHO. —Y Bué... Díganse sus cosas.
Chicho da unos pasos hacia el interior. Francisco se levanta y se le acerca.
FRANCISCO. —No sé qué decirle.
CHICHO. —Háblele de sus cosas. Del quiosco, por ejemplo. De las cosas que tienen en el quiosco. Eso le va a interesar mucho. (Lo palmea) Háblele de su mundo, don Francisco.
FRANCISCO. —Y de Catanzaro, ¿no podemos hablar?
CHICHO. — ¡Ni se lo nombre! Va a pensar que se casa por interés, ¿me entiende? Ella no sabe que usted sabe. Una vez que se casen... (Ahora levanta la voz) Bué... Ustedes tienen mucho que hablar.
Chicho sale hacia el fondo. Francisco se queda un instante mirando a la Nona, que mastica, con la mirada fija en el suelo. Toma el vaso de vino y finalmente se sienta junto a ella.
Se hace una larga pausa, durante la cual Francisco piensa cómo iniciar la conversación.
FRANCISCO. — ¿Están ricos los bombones?
La Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO. —Son de mi negocio.
NONA. — ¿Traquiste má?
FRANCISCO. —No... Pero mi negocio está lleno.
NONA. — ¿Me va a llevar cuesta sera?
FRANCISCO. —Sí... sí... claro.
Tímidamente, le pasa el brazo a la nona por el hombro.
NONA. — ¿E qué me vas a dar?
FRANCISCO. — (Más confundido) Lo que usted me pida.
NONA. — ¡Chocolata!
FRANCISCO. —Ah, sí... sí...
Se hace una larga pausa, durante la cual Francisco queda con el brazo sobre el hombro de la Nona, y ésta sigue masticando. Finalmente, Francisco mira hacia ambos lados para comprobar si están solos.
FRANCISCO. — (Repentinamente) Catanzaro.
La Nona gira la cabeza y lo mira, sin dejar de masticar. Francisco la mira a ella esperando la reacción.
FRANCISCO. — ¿Se acuerda de Catanzaro?
La Nona dice que sí con la cabeza.
FRANCISCO. — (En voz baja.) ¿Y qué tiene en Catanzaro?
La Nona lo mira y mastica.
FRANCISCO. — ¿De qué se acuerda?
NONA. —Catanzaro... Bon vin.
FRANCISCO. —Vino. ¿Tiene viñedos?
NONA. —La pasta.
FRANCISCO. —Fábrica de pasta.
NONA. —Cuesta cosa... (Hace un gesto de algo pequeño)
FRANCISCO. —Oro... ¡Pepitas de oro!
NONA. — (Niega con la cabeza) Marisco.
FRANCISCO. —Fábrica de pescado... Agarran pescado... Tienen barcos...
NONA. —Se agarra e se manya. (Ríe)
FRANCISCO. — (Aprieta con alegría a la Nona) Nonita.
En ese momento ingresa Chicho trayendo una fuente con sándwiches de chorizo.
CHICHO. — ¡Bueno, bueno! Perdón si interrumpo, pero los chorizos ya están.
La Nona se mete rápidamente en el bolsillo los bombones que aún quedan en la caja.
Toma un sándwich y se pone a comer. Carmelo y María ingresan detrás. Francisco abraza a Chicho y lo besa.
FRANCISCO. —Chicho querido...
Chicho lo mira sin entender y le sirve vino a Francisco. Anyula llega con un vaso de vino en la mano y se cruza con Francisco. Este le saca el vaso de la mano.
FRANCISCO. —No tome más, Anyula. Con eso no va a arreglar nada.
ANYULA. — (Recupera el vaso) Es de Carmelo.
Chicho le extiende un vaso a Francisco.
CHICHO. —Meta, don Francisco.
Este lo toma y se lo cede a Marta, que acaba de entrar.
FRANCISCO. —Tomá, Martita.
MARTA. —Gracias, don Francisco.
FRANCISCO. —No me digas don.
MARTA. —Y... usted ahora es mi bisabuelo.
FRANCISCO. — (Por lo bajo) Ahora sí, pero después de Catanzaro vas a ver.
Desde la calle llega el sonido de varios bocinazos. Marta se encamina hacia la salida.
MARTA. —Bueno... chau.
FRANCISCO. — (Desilusionado) ¿Te vas?
MARTA. —Me tengo que ir, don Francisco.
FRANCISCO. — ¡Qué lástima!
MARTA. —Ya va a haber otra oportunidad. (Sale)
FRANCISCO. —(A Chicho) Se fue.
CHICHO. —Sí, ¿pero qué le dijo?
Francisco lo mira.
CHICHO. —Está esperando la oportunidad.
FRANCISCO. — (Ríe y besa a Chicho) ¡Chicho querido! La fábrica de pasta es para vos.
CHICHO. — (Desconcertado) ¿No será mejor que pare de chupar, don Francisco? Mire que a las dos tenemos que estar en el civil.
Francisco observa a la Nona, que toma otro sándwich, y deja de reír.
FRANCISCO. —Escuche... La salud de la Nona...
CHICHO. — ¿Qué tiene?
FRANCISCO. —Usted me dijo que está muy mal.
CHICHO. —Anoche casi se nos queda. Tuvimos que hacerle respiración boca a boca.
FRANCISCO. — (Mira a la Nona, que come vorazmente) Ma... come bien.
CHICHO. —La mejoría de la muerte.
FRANCISCO. —A ver si se nos queda ahora.
CHICHO. —No... Hasta esta noche aguanta seguro, pero ya... (Hace un gesto fatídico)
NONA. — ¡Chimichurri!
CHICHO. — (Para distraer la atención de Francisco toma la bandeja) Meta otro sándwich, don Francisco.
Carmelo, María y Anyula han llegado desde el fondo trayendo diversas cosas y rodean la mesa.
CHICHO. —Un brindis. ¿A ver?
Todos levantan los vasos, menos la Nona, que sigue comiendo ajena a todo, y Anyula, que se aparta con un gesto de tristeza.
CHICHO. — ¡Por los novios!
Todos dicen «por los novios». Anyula se toma la cara y sale llorando hacia el interior. Francisco la mira irse.
CHICHO. —(A Francisco) Déjela... Ahora se mete en la pieza y empieza a chupar... ¡Un desastre!
FRANCISCO. — ¡Qué barbaridad!
CHICHO. —Bueno, bueno... (Levanta la copa) ¡Otro brindis!
MARÍA. —A ver el novio...
FRANCISCO. — (Levanta su copa) ¡Por Catanzaro!
Nadie, salvo Chicho, entiende mucho, pero todos levantan el vaso.
FRANCISCO. — (Estira el vaso hacia la Nona) Nona... Por Catanzaro.
La Nona lo mira y sigue masticando. Francisco la invita a brindar.
CARMELO. —Brinde, Nona.
La Nona mira ahora a Carmelo y mastica.
CARMELO. —Brinde, don Francisco.
Francisco queda con el vaso extendido. Se hace una pausa. Francisco mira a Chicho reclamando una explicación.
CHICHO. —Y... es un día muy especial para ella.
MARÍA. — (Toma el vaso de la Nona y se lo entrega) ¡Vamos, Nona!
La Nona toma el vaso y lo levanta. Todos aplauden y dicen «muy bien», etc. Cuando las voces se callan, se escucha a la Nona.
NONA. — ¡Feliche año nuovo!
Apagón rápido.
ACTO SEGUNDO
Se enciende el quiosco de don Francisco. Los estantes están despoblados, el piso lleno de cajas de cartón vacías y la mesa cubierta de papel plateado. La Nona, sentada frente a la mesa, mastica. Francisco está sentado en la cama, con la mirada perdida: la imagen de la derrota.
NONA. —Chocolata.
FRANCISCO. — (Ido) No hay más.
NONA. —Caramelo.
FRANCISCO. —Tampoco.
NONA. —Tengo fame. ¿Qué tené?
FRANCISCO. —Doscientas cajas de chicle.
NONA. —E buono...
Francisco, sorprendido, toma una caja de chicle y se la entrega a la Nona, que la abre y comienza a masticar. Francisco la mira un instante.
FRANCISCO. — ¿Se siente bien?
La Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO. —Ma... no puede ser. Pasó un mes y medio. ¿No le duele nada?
La Nona niega. Pausa.
FRANCISCO. —Nona... Escúcheme: ya es hora que hablemos en serio. Yo sé todo lo de la herencia.
La Nona lo mira mientras mastica.
FRANCISCO. —Sí... la herencia... Catanzaro...
NONA. —Uh... Catanzaro.
FRANCISCO. —Catanzaro, sí. ¿Sabe de qué le hablo?
La Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO. —Los viñedos... la fábrica de pasta.
NONA. — ¿Vas a hacer pasta?
FRANCISCO. —No, la herencia. Los mariscos...
NONA. — (Contenta) ¡Fideo al vóngole!
FRANCISCO. — (Exasperado) ¡Ma no... la herencia! (Grita) ¡La herencia, vieja de mierda!
Francisco intenta golpearla, pero jadea, se toma la cabeza y cae pesadamente, balbuceando «Catanzaro». La Nona, impasible, sigue masticando. Apagón.
Lentamente se enciende la cocina. Carmelo está sentado, con la cabeza entre las manos; María y Anyula trabajan intensamente. Marta está poniendo la mesa. En la pieza de Chicho está Francisco, hemipléjico, sentado en un sillón.
MARÍA. — ¡A comer!
La Nona sale como un rayo desde su pieza y se sienta a la mesa. María le pone delante un gran plato de comida. La Nona comienza a comer vorazmente.
NONA. —U pane.
Marta le alcanza pan.
NONA. —Formayo.
Anyula le sirve queso. La Nona golpea el borde del vaso, indicando que quiere vino.
Marta le sirve.
NONA. —Escabeche.
Saca un frasco del armario y lo coloca en la mesa. María coloca un plato frente a Carmelo.
MARÍA. —Vamos, Carmelo.
Carmelo, que sigue con la cabeza entre las manos, hace un gesto de negación.
MARÍA. — ¿No vas a comer?
Carmelo niega con la cabeza. María le entrega el plato a Marta.
MARÍA. —Tomá. Llevale.
Marta toma el plato y se dirige a la pieza de Chicho. Don Francisco, al ver a Marta, sonríe.
FRANCISCO. — (Balbucea.) Catanzaro... Catanzaro.
Marta le ata la servilleta alrededor del cuello y comienza a darle de comer con la cuchara.
MARTA. —Cuidado, no se vaya a volcar.
Francisco come mecánicamente.
NONA. —Formayo de rayar.
María saca queso de rallar del aparador y le da a la Nona. La Nona vuelve a golpear el vaso, pero, al ver que nadie la observa, habla.
NONA. —U vino.
Anyula le sirve vino a la nona.
NONA. —La sale.
María saca sal del aparador y le da a la Nona.
NONA. —Vinagre.
María le acerca una alcuza con vinagre.
MARÍA. —(A Carmelo.) ¿No vas a comer, entonces?
Carmelo niega con la cabeza. En la pieza, Marta le tiende una cuchara a Francisco, y éste niega con la cabeza. Marta le limpia la boca, le saca la servilleta y le pone una campanita en la mano.
FRANCISCO. —Catanzaro... Catanzaro.
Marta vuelve a la cocina.
MARTA. —Dejó la mitad.
María toma las sobras del plato de don Francisco y las echa en el de la Nona, que sigue comiendo. Marta se sienta y todos, menos Carmelo, comen un rato en silencio. Un instante después ingresa Chicho trayendo un bolso de mano. Simula un estado de gran cansancio. Deja el bolso en un costado y se sienta en una silla.
CHICHO. — ¡Ay, Dios mío... Dios mío!
Anyula se levanta y le cede el lugar. Carmelo, por primera vez en la escena, ha levantado la cabeza y tiene la mirada fija en su hermano.
CARMELO. — ¿Y?
Chicho hace un gesto de negación con la cabeza.
CARMELO. — ¿Qué quiere decir?
Chicho repite el gesto.
CARMELO. — ¿Nada?
CHICHO. —Y mirá que anduve, ¿eh?
CARMELO. — ¿A qué hora saliste?
CHICHO. —Temprano.
MARÍA. —A las siete de la tarde.
CARMELO. — ¿A las siete?
CHICHO. —Es la mejor hora... La de más concentración
CARMELO. —Todavía no son las nueve. Menos de dos horas.
CHICHO. —Y bueno... Es el primer día.
CARMELO. — ¿Y qué saliste a vender?
CHICHO. — (Luego de una pausa, solemne) Biblias.
CARMELO. — ¿Cómo biblias?
CHICHO. —Biblias...
Carmelo lo mira.
CHICHO. — ¿Y qué querés? Me dio biblias. Dos horas pateando y... nada. Me recorrí todos los bares de la avenida.
ANYULA. —Es que está lleno de ateos.
CHICHO. — ¡Eso, tía! ¡Ateos! (A Carmelo) Si hasta me paré un rato en la puerta de la iglesia... Nadie, ¿me querés creer? Y a las ocho y media de la noche. Buena hora.
CARMELO. — (Conteniéndose) Mañana vas a salir a las siete de la mañana.
CHICHO. —Mañana no. Ahora hasta el miércoles que viene...
CARMELO. — ¿Cómo hasta el miércoles que viene?
CHICHO. —Y, es así. Una vez por semana. Por contrato.
Carmelo, irritado, se levanta y se dirige a su habitación.
CHICHO. — ¿Qué le pasa a éste?
MARÍA. —Tuvo que vender el puesto. Eso pasa. ¿Le parece poco?
CHICHO. — ¿Vendió el puesto?
MARÍA. —Toda una vida de trabajo.
Francisco, en la pieza, hace sonar la campanita.
ANYULA. —Quiere ir a dormir.
MARTA. — ¡Uh, que espere! Ahora estamos comiendo.
La campanita sigue sonando un rato.
MARÍA. — ¿No oyen que está llamando?
Anyula se pone de pie.
MARTA. —Terminemos de comer...
MARÍA. —Usted quédese, Anyula. Carmelo quiere que se ocupe Chicho. Vos también, Marta. ¡Vamos, esa campanita no la soporto más!
Marta y Chicho se ponen de pie y se encaminan hacia la pieza.
ANYULA. —Yo lo puedo hacer.
MARÍA. — ¡Por favor, Anyula! Siéntese y termine de comer.
NONA. —Termené.
Anyula le sirve otro plato. Chicho y Marta ingresan a la pieza. Al encenderse la luz, Francisco sonríe, pero sigue tocando la campanita.
FRANCISCO. —Catanzaro... Catanzaro...
Marta le saca la campanita de la mano y lo toma por los hombros.
MARTA. —Agarralo por los pies, tío.
Marta y Chicho levantan a Francisco y lo trasladan a la cama.
CHICHO. — ¿Habrá orinado ya? Anoche mojó todo.
Lo acuestan. Marta lo arropa.
FRANCISCO. — (En tono plácido) Catanzaro... Catanzaro.
CHICHO. —Don Francisco, ¿orinó ya?
Marta toma la campanita y se la pone en la mano.
MARTA. —Y ya sabe. Si precisa algo, haga sonar la campanita.
CHICHO. —Especialmente si quiere ir al baño. ¿Me oyó, don Francisco? ¿Me oyó?
FRANCISCO. — (Molesto) Catanzaro... Catanzaro...
Marta y Chicho salen. Ingresan a la cocina en el momento en que se escucha desde la calle el sonido de una moto que se detiene.
MARTA. —Es el farmacéutico. Chau a todos.
Marta sale hacia la calle. Chicho se sienta a comer. Anyula levanta el plato suyo y el de Marta. María se pone de pie también y la ayuda. La Nona, durante todo este tiempo, ha seguido comiendo. Carmelo aparece desde el interior con el saco puesto. Está evidentemente nervioso.
CARMELO. —(A Chicho) ¡Levantate y vamos!
CHICHO. — ¿Adónde?
CARMELO. —Al abasto.
CHICHO. — (Mira a los demás) ¿Al Abasto? ¿A qué?
CARMELO. — ¿Cómo a qué? A trabajar. A descargar camiones.
CHICHO. — ¿A esta hora?
CARMELO. — ¡A esta hora, sí! Dentro de un rato empiezan a llegar los camiones.
CHICHO. — ¡Pero, pará! Dejame comer.
CARMELO. — ¡Pará, nada! ¡Esto se terminó! ¿Me oíste? ¡Se terminó!
NONA. —U pane.
Carmelo, mecánicamente y con violencia, saca un pan del aparador y lo pone cerca del alcance de la Nona. A partir de ese momento responderá a cada pedido de la Nona.
CARMELO. — ¡Ahora vas a saber lo que es trabajar en serio!
NONA. —Formayo.
Carmelo abre la heladera, saca queso y se lo alcanza a la Nona. Entretanto, sigue hablando.
CARMELO. — ¡Se terminó! Tuve que vender el puesto.
CHICHO. —Me dijo María...
CARMELO. —Toda una vida de trabajo...
La Nona golpea el borde del vaso y Carmelo le sirve vino.
CARMELO. — ¡Una vida!, ¿me oís? Levantándome a las cuatro de la mañana... Dieciséis horas por día de trabajo, ¿Para qué? ¿Eh? ¿Para qué? ¡Para esto!
NONA. —Salamín.
Carmelo, siempre violentamente y sin dejar de hablar, corta un salamín de una tira, lo tajea y luego sirve a la Nona.
CARMELO. —Todo este esfuerzo, ¿para qué? Decime. Para tener que empezar de nuevo de ayudante del pescadero.
CHICHO. — (Con cierto alivio) Ah... conseguiste algo.
NONA. —Ajise.
Carmelo saca un ají de la bolsa de la verdura y se lo tiende a la Nona.
CARMELO. —Ayudante de un mocoso que no sabe ni limpiarse los mocos.
La Nona le tiende el ají a Carmelo.
NONA. —Ponele aco picadito, Carmelo.
Carmelo toma el ají, lo corta y luego le echa encima ajo picado.
CARMELO. — ¡De un mocoso! ¡Yo, Carmelo Spadone! Respetado por todos los puesteros del mercado. ¡Me admiraban!, ¿me oís? ¡Me admiraban! Me consultaban... ¡A mí!¡Un maestro! Así me dijeron una vez: «Sos un maestro, Carmelo». (Le tiende el plato a la Nona. Luego, recordando) «Carmelo... ¿qué te parece este tomate?»
NONA. —Ah... ponele tomate, también.
Carmelo agarra el plato de la Nona, corta un tomate y se lo agrega.
CARMELO. —Y lo que yo decía era santa palabra. ¡Se pagaba lo que decía Carmelo Spadone! Un maestro. (Recordando) «Carmelo... ¿este apio no está pasado?»
NONA. —No importa, ponele igual.
CARMELO. — (Natural) «No es la época». ¡Un maestro...! Mira cuando me vean mañana... Ayudante del pescadero. Yo, ayudante de un mocoso.
Carmelo cae sentado en una silla y se pone a llorar. Se hace un silencio espeso.
NONA. —La sale.
Carmelo, siempre llorando, toma un salero y echa sal en el plato de la Nona. Anyula se echa a llorar.
ANYULA. —Dios santo... Dios santo...
María la toma.
MARÍA. —Venga, Anyula. Venga a acostarse.
Carmelo llora en silencio. Chicho está con la cabeza baja.
NONA. —Vinagre.
Carmelo le sirve.
MARÍA. — ¡Es increíble! Un hombre como él... ¡Mírelo cómo está! ¡Destruido!
CHICHO. —Pero, ¿y yo qué tengo que ver...?
MARÍA. — ¡Sí que tiene que ver! Si usted hubiera trabajado, no estaría como está.
CHICHO. —Y bueno... Hoy empecé.
MARÍA. — ¡Cállese, por favor! ¡Un parásito, viviendo a costillas del hermano!
La Nona golpea el vaso. Chicho le sirve vino.
CHICHO. —Pero ahora resulta que yo soy el culpable de todo... Yo no pido nada. ¿Cuándo te pedí algo, Carmelo? Yo sólo tengo mi música.
MARÍA. — ¡Su música! ¡Qué música! Nunca compuso nada. Usted es un fracasado, eso es lo que es ¡Un fracasado!
CHICHO. — (Dolorido) Eso no, María... Un fracasado, no.
Ahora es Chicho el que se toma la cabeza y se pone a llorar. Al mismo tiempo le alcanza un pan a la Nona.
Carmelo hace un gesto de rabia, se pone de pie y se encamina hacia la salida.
MARÍA. — ¿Dónde vas?
CARMELO. —No sé... Por ahí. Necesito pensar un poco.
MARÍA. — (Alarmada) ¡Carmelo! (Se acerca y lo toma) Carmelo... Por favor, ¿Dónde vas?
CARMELO. —Necesito estar solo, María. ¡Dejame, por favor!
MARÍA. — ¡No vas a hacer una locura!
CARMELO. — ¡No! (Se desprende de María) Necesito estar solo, nada más. No va a pasar nada.
Carmelo sale. María lo mira salir y se queda inmóvil un instante. Luego se vuelve y sale llorando hacia su habitación. Se hace una pausa. Chicho, tras la salida de María, deja de llorar y lee el diario.
NONA. —Termené. (Pausa) Chicho, termené.
Chicho levanta la cabeza.
NONA. —El postre.
Chicho se levanta, mira a su alrededor, toma una manzana y la pone frente a la Nona.
NONA. —Dolche de batata, ¿no hay?
CHICHO. —No sé... no sé... Coma eso.
Chicho se dirige lentamente hacia su habitación. Se desnuda y se acuesta junto a Francisco. Apaga la luz. La Nona, entretanto, come en silencio. Se hace una pausa prolongada.
CHICHO. — ¡La puta que lo parió, don Francisco! ¡Le dije que tocara la campanita!
La campanita comienza a sonar incesantemente. La Nona sigue comiendo. Apagón.
Se enciende la luz nuevamente en la cocina, en horas de la tarde. La Nona descubre un sobre de papas fritas. Ingresa María desde la calle con un gran paquete envuelto en papel madera. La Nona oculta el paquete de papas fritas en el bolsillo.
María ingresa a su pieza. La Nona saca subrepticiamente una papa frita y mastica. Un momento después vuelve María; ha dejado el paquete y se ha sacado el tapado.
Toma un delantal y se lo coloca. Advierte los movimientos disimulados de la Nona.
MARÍA. — ¿Qué tiene ahí? (Le mete la mano en el bolsillo) ¿A ver?
NONA. —Niente, niente.
María le saca el paquete de papas fritas.
MARÍA. — ¿Cómo nada? ¿Y esto?
NONA. —No sé... Alguno lo puso ahí.
MARÍA. — ¿Cómo alguno lo puso ahí? ¡Qué cosa! Váyase a su pieza, vamos.
La Nona se levanta pesadamente y se dirige hacia su pieza murmurando. Desde la calle llega Carmelo.
MARÍA. — ¿Cómo te fue?
CARMELO. — (Se encoge de hombros (Saca grapa y se sirve) ¿Cómo me va a ir?
MARÍA. — ¿Pero te dieron la plata?
CARMELO. —Al cincuenta por ciento de interés.
MARÍA. —Menos mal que es un amigo.
CARMELO. —Según él, se tiene que cubrir. Yo no tengo más el puesto. No tengo garantía. ¿Entendés? Soy un don nadie. Eso es lo que soy. ¡Un don nadie!
Se dirige al armario, saca el cuaderno y se sienta a hacer cuentas y a beber. María lo mira un instante mientras Carmelo bebe un largo trago.
MARÍA. —Estás tomando mucho, Carmelo.
CARMELO. — ¿Y vos? ¿Cuánto vendiste?
MARÍA. —Tres pulóveres.
CARMELO. —Que, de comisión, son...
MARÍA. —Noventa mil.
Carmelo anota. Desde la calle llega Anyula, con evidentes signos de cansancio. Se sienta en una silla.
ANYULA. —Ay, Dios... Dios...
CARMELO. — ¿Cómo le fue, tía?
Anyula abre el monedero, saca unos billetes y se los tiende a Carmelo. Carmelo cuenta.
CARMELO. —Ciento cincuenta mil... ¿Cuánto le pagaron la hora?
ANYULA. —Quince mil.
CARMELO. —Es muy poco, tía. Tiene que cobrar veinte mil, por lo menos.
ANYULA. —Y, no sé... Me dijeron quince mil y...
MARÍA. —Se aprovechan porque es una vieja. ¡Son unos degenerados!
ANYULA. —Encima tuve que lavar dos escaleras... ¡Ay, Dios santo!
MARÍA. —Venga, Anyula. Vaya a descansar.
Anyula sale caminando lentamente y quejándose.
CARMELO. —Y mañana pídales veinte mil. Que no sean atorrantes.
Carmelo anota en el cuaderno. Se pasa la mano por la frente y se sirve otro trago de grapa.
MARÍA. — ¡Carmelo, no tomés más!
CARMELO. — ¡Por favor, María... por favor!
MARÍA. —Hacé como quieras. (Sale)
Ingresa Chicho, vestido de cafetero, con un bolso, donde lleva varios termos.
CHICHO. — (Exagerando el cansancio) Buenas.
CARMELO. — (Agresivo) ¿Qué hacés vos acá?
CHICHO. — ¿Cómo qué hago?
CARMELO. —Son las ocho de la noche.
CHICHO. —Ah, no... Una pasadita, nada más. Para descansar y comer algo. Después sigo.
CARMELO. —Oíme, Chicho... Tu horario es de las siete de la tarde hasta la una. ¿Estamos?
CHICHO. —Ya sé... Patié una hora seguida. Dejame descansar un rato.
CARMELO. —Te aviso, nada más. (Mira la hora) Quince minutos y después te vas.
CHICHO. —Está bien. (Lanza un quejido de cansancio)
CARMELO. — ¿Cuánto vendiste?
CHICHO. —Poco.
CARMELO. — (Agresivo) ¿Cuánto?
CHICHO. —Y bueno... a ver... (Carraspea) Unos tres, más o menos.
CARMELO. —Tres termos, no está mal.
CHICHO. — ¡Tres cafés!
CARMELO. — ¿Tres cafés, nada más?
CHICHO. — ¿Y qué querés? (Como si fuera una hazaña) En una hora. Me quedan cinco todavía.
Carmelo se agarra la cabeza con las manos. Vuelve a servirse grapa. Se hace una pausa.
CHICHO. —(A Carmelo) ¿Querés un café?
Carmelo niega con la cabeza.
CHICHO. —A vos no te voy a cobrar.
CARMELO. — ¡Andá a la mierda!
Pausa.
CHICHO. — ¿Cómo anduvo?
CARMELO. —No llegamos... no llegamos...
CHICHO. — ¿Contaste lo del Francisco?
CARMELO. —Ah, no. (Se pone de pie) Ayúdame a traerlo.
Chicho y Carmelo salen hacia la calle y volverán un instante después trayendo a Francisco, que está sentado en el sillón hamaca y con una gorra en la mano.
FRANCISCO. — (Con tono de cansancio) Catanzaro... Catanzaro,..
Dejan a Francisco en un costado. Chicho le saca la gorra de la mano y la vacía sobre la mesa. Caen monedas, algún billete y otros elementos.
CARMELO. —Y no... ¡Moneditas!
CHICHO. —Pará. Aquí hay un billete de mil... Dos de quinientos...
Chicho comienza a contar las monedas.
CARMELO. —No va, Chicho... No va.
CHICHO. — ¿A qué hora lo sacaron?
CARMELO. —Y... según me dijo María, a las diez de la mañana.
CHICHO. — ¡Y bueno! ¿Por qué no lo sacaron a las seis? Se perdieron el cambio de turno de la fábrica.
CARMELO. —No, Chicho, no... ¡Esas ideas tuyas!
CHICHO. —Pero, pará... Aquí hay por lo menos diez lucas. (Toma algo) Una chapita de cerveza ¡Mirá que hay que ser hijo de puta! Lo que pasa es que éste es un barrio de mierda.
CARMELO. —No va, Chicho, no va.
CHICHO. —La idea no es mala, Carmelo. Ahí te equivocás. Pero aquí en la puerta... ¿Qué querés? Esta es una calle muerta. Estuve pensando, justamente... ¿Por qué no lo llevamos a la estación?
CARMELO. — ¿Y cuánto más puede sacar?
CHICHO. — ¡Qué te parece! Está la iglesia enfrente, el mercado... la parada de colectivos. Como ubicación, es excepcional.
Carmelo piensa.
CHICHO. —Y, además, bien tempranito... (Breve pausa) Y de noche, al café.
Carmelo lo mira.
CHICHO. —Hablé con el gallego... El dueño. No hay problema. Hay un rinconcito al lado de los billares... Ahí no molesta.
Se hace la pausa.
CHICHO. —Probemos esta noche...
CARMELO. —En ese café de atorrantes...
CHICHO. —Son buenos muchachos. Algunos mangos le van a tirar. Además, a las doce y media está la salida del cine... Se llena. Ya esa hora lo pasamos al salón familiar. En serio, Carmelo, puede andar. Pensalo.
Carmelo se queda un instante pensativo, mirando a Francisco. Finalmente, se pone de pie.
CARMELO. —Vamos a probar.
Chicho también se levanta. Ambos toman el sillón. Chicho le pone la gorra en la mano a Francisco.
FRANCISCO. — ¿Catanzaro, Catanzaro?
Se encaminan hacia la salida.
CARMELO. — ¿Y para traerlo de vuelta?
CHICHO. —No hay problema. El café está abierto toda la noche.
FRANCISCO. —(Al advertir que lo llevan hacia la calle, se queja) ¡Catanzaro, Catanzaro...
Catanzaro! (Sale agitando las piernas.)
Apagón.
Se enciende la luz en la cocina. María y Anyula terminan de lavar la vajilla de la cena.
Carmelo bebe grapa y la Nona mastica.
NONA. —El postre.
MARÍA. —(A Anyula) Dele una manzana que hay en el aparador. Pero sólo una, ¿eh?
Anyula abre el aparador y busca.
ANYULA. —No veo nada.
MARÍA. — ¿Cómo? (Se acerca a mirar). Compré dos kilos de manzanas esta mañana. (Se vuelve hacia la Nona) ¡Nona! ¿Usted sacó manzanas de acá?
NONA. —Ma no. A mí la manzana no mi piache molto.
MARÍA. — ¡Qué no le va a gustar! (A los demás) ¿Alguien comió manzanas?
Todos niegan. Se vuelve hacia la Nona.
MARÍA. — ¿Entonces? Diga la verdad, Nona.
Carmelo, que ha estado con la cabeza gacha y tomando grapa.
CARMELO. —Está bien, María. Déjala. Váyase a dormir, Nona. Vamos.
NONA. — (Molesta) ¿Y el postre?
CARMELO. — (Violento). ¡No hay postre! ¿No oyó? A la cama. Vamos.
Toma a la Nona y la encamina hacia la pieza. La Nona sale rezongando. Desde la calle llega Chicho. Carmelo lo mira y le hace un cabeceo de interrogación.
CHICHO. —Nada. (Se sienta). No aparece por ningún lado.
CARMELO. — ¿Fuiste a la estación?
CHICHO. —Escuchame: me recorrí los dos andenes, fui a la iglesia, el mercado... Pregunté. ¡Nada!
CARMELO. — ¡Qué raro! Don Francisco ya era conocido.
CHICHO. —Me dijeron que habían visto a un viejo en la avenida... Me fui. Pero no, era otro. Me fui hasta el baldío...
Carmelo lo mira.
CHICHO. — ¿Te acordás que el otro día el hijo de puta de la heladería me lo tiró al baldío?
Carmelo asiente.
CHICHO. — ¡Tampoco!
CARMELO. — ¿Se habrá muerto?
CHICHO. — (Hace un gesto y chasquea la lengua) Alguien se lo llevó. ¡Si el viejo es negocio!
Carmelo lo mira como diciendo: « ¡Vamos!».
CHICHO. — ¿Para una persona sola...? ¿Un matrimonio...? ¡Escuchame! Lo que pasa es que nosotros somos un familión.
CARMELO. —No sé... Pero la parte de don Francisco la vas a poner vos.
CHICHO. — ¡Pará, que por ahí aparece! (Breve pausa) ¡Qué hijo de puta! Por lo menos, podríamos haber sacado unos mangos por la transferencia.
Marta sale desde el interior vestida como para salir.
MARTA. —Me voy...
CARMELO. —Pará, nena. Quiero que hablemos un poco, todos.
Carmelo se pone de pie, abre el aparador y saca el cuadernito de gastos.
CARMELO. —(A Anyula y María) Siéntense.
Las mujeres se sientan alrededor de la mesa. Carmelo abre el cuaderno. Se hace una pausa.
CARMELO. —Bueno... quiero que conozcan la situación. (Pausa) Este mes vamos a tener un déficit de tres millones.
MARTA. — ¿Tres millones?
CARMELO. —Sin contar la cuota del préstamo.
MARTA. — ¿Y cómo van a hacer?
CARMELO. —Lo único que nos queda es hipotecar la casa. Yo ya empecé los trámites. Pero igual... de aquí a que nos den la plata... Así que todos tenemos que hacer un esfuerzo. Yo voy a hacer unas changas para vender flores los domingos. (A Chicho) Vos me vas a ayudar.
Chicho hace un gesto resignado.
CARMELO. —Y ahora que no está don Francisco vas a volver a vender café.
CHICHO. — ¡Pará! Por ahí aparece.
CARMELO. — ¡No va aparecer, Chicho!
Chicho hace un gesto.
CARMELO. —Y aunque aparezca... Lo de Francisco era una miseria. Aquí tenemos que poner el hombro todos, y en serio. ¡Ah! Y además vamos a vender el televisor. (A Anyula) Lo siento por usted, tía.
ANYULA. —Por mí, querido... ¡No!
CARMELO. —Mañana va a venir don Simón a buscarlo. (Breve pausa) Bueno... eso es todo.
Carmelo cierra el cuaderno y se sirve otro trago de grapa. Se hace una pausa.
MARTA. —Papá... Yo quería decirte que... Me ofrecieron otro trabajo. Más lindo que el de la farmacia y donde puedo ganar mejor...
Todos la miran.
MARTA. —Bueno ¿cómo te diré?... De artista, Bueno... algo así. Es en una confitería, ¿no? Y yo tengo que ir ahí y charlar con la gente... Es de noche, pero si a ustedes les parece...
Se hace una pausa. Carmelo, María y Chicho cruzan miradas significativas. Chicho hace un gesto afirmativo a Carmelo.
CARMELO. —Está bien, nena. Si a vos te gusta y te pagan mejor...
MARÍA. —Al final, en esa farmacia siempre de turno.
Marta besa a la madre y al padre.
MARTA. —Esta misma noche voy a arreglar. Son muy buena gente.
CARMELO. —Sé amable.
Marta besa a Anyula y sale alegremente.
MARTA. —Son muy buena gente. Chau.
Pausa.
CARMELO. —La Martita es de fierro.
No quiso estudiar, pero...
ANYULA. —Y qué suerte que le paguen por conversar, ¿no?
Se hace una pausa espesa. La luz se apaga en la pieza de la Nona.
CARMELO. —Shh... La Nona apagó la luz.
Carmelo enciende una vela y la coloca sobre la mesa.
ANYULA. —Yo me voy a dormir. Hasta mañana.
Todos saludan. Carmelo apaga la luz general de la cocina. Entretanto, habla en voz muy fuerte.
CARMELO. —Bueno... nos vamos a dormir todos. Hasta mañana.
MARÍA. — (También fuerte) Hasta mañana.
CHICHO. — (Igual) Yo me voy un rato al café.
Luego, los tres se sientan sigilosamente alrededor de la mesa.
MARÍA. — (Cuchichea) ¿A qué hora va a venir mañana don Simón a llevarse el televisor?
CARMELO.—A la noche. Para que haya alguien.
MARÍA. — ¿Cuánto te da?
CARMELO. —Un millón.
MARÍA. — ¡Es muy poco! Si está casi nuevo.
CARMELO. —Estuve averiguando... No te dan más.
En ese momento vuelve Anyula con un vaso en la mano y enciende la luz general.
CARMELO. — (Ahora habla fuerte) ¡No prenda la luz, tía!
Al mismo tiempo se abre la puerta de la pieza de la Nona, y ésta aparece.
NONA. —Bonyiorno...
ANYULA. —Perdón... Quería... (Hace un ademán de tomar agua).
NONA. —Vengo a manyare el desachuno.
CARMELO. — ¡Basta, Nona! ¡Basta! ¡Váyase a dormir!
NONA. — (Imperativa) ¡Tengo fame...
CARMELO. — ¡No hay más nada! ¿Me oyó? ¡A dormir!
NONA. — (Enojada) Con el estómago vacío no poso dormire.
CARMELO. — (Muy alterado) ¡Basta! ¡Basta! ¡Dios mío!
CHICHO. —Pero no te pongas así, Carmelo.
NONA. —Un cacho de pane.
CARMELO. — (Se toma la cabeza) Dios mío... Dios mío...
Chicho le entrega un pedazo de pan a la Nona.
CHICHO. — ¿Está bien así?
NONA. —Ponele algo adentro.
Chicho mira a María.
MARÍA. —No hay nada.
CHICHO. —No hay nada, Nona.
NONA. — ¿Formayo?
MARÍA. —No hay. No quedó nada. Mañana voy a comprar.
La Nona vacila. Chicho la toma por el hombro.
CHICHO. —Y ahora a dormir. Vamos.
La Nona sale rezongando. Carmelo se sirve otro trago de grapa y lo bebe de un tirón. Se hace una pausa prolongada.
CHICHO. —Está haciendo frío, ¿no?
Lo miran extrañados.
MARÍA. — ¿Frío?
CHICHO. — (Tiembla y se refriega los brazos) No sé... Siento frío.
CARMELO. —Será por la grapita, pero yo tengo más bien calor.
CHICHO. —Y pienso en la Nonita, en esta pieza que es una heladera... ¡Pobre Nonita! No sea cosa que se agarre un frío y...
Breve pausa. Carmelo y María miran a Chicho cada vez más extrañados.
CHICHO. —Pensaba... ¿Si le ponemos un braserito? (Mira a Carmelo) Digo... Para que le dé calorcito.
Se hace una pausa. Todos entienden de qué se trata.
CARMELO. —Y... fresquito está.
MARÍA. —Sí, refrescó.
CARMELO. — ¿Quedan brasitas del asado?
María sale hacia el fondo. Chicho advierte que Anyula se ha quedado ensimismada. Le hace una seña a Carmelo, quien mira a Anyula y hace un gesto como diciendo: «¡Qué macana!».
María regresa trayendo carbón en una pala.
MARÍA. — ¿Y el brasero?
Carmelo le chista y le señala a Anyula. Esta se levanta y sale hacia el interior. María hace un gesto de sorpresa. Chicho y Carmelo quedan frustrados. Esta situación dura hasta que Anyula reaparece trayendo el brasero, que coloca sobre la mesa. María echa las brasas en el brasero.
MARÍA. — ¿Será suficiente?
CARMELO. —Y... sí. Para que le entibie un poco la pieza.
Carmelo y Chicho se hacen mutuas señas para ver quién pone el brasero. Carmelo lo toma y se lo tiende a Chicho. Este toma el brasero y lo coloca en la entrada de la pieza de la Nona.
CHICHO. —Bueno... ahora nosotros podemos salir a dar una vueltita, ¿no?
MARÍA. —Sí, tengo ganas de tomar un poco de fresco. ¿Vamos, Anyula?
Anyula sale rápidamente hacia la calle, seguida por los demás. Pausa prolongada. Luego se ve aparecer a la Nona. Mira el brasero, saca un sartén, una lata de aceite y dos huevos.
Mientras se prepara dos huevos fritos se produce el apagón.
Las luces se encienden sobre la cocina vacía. Falta la heladera. Un instante después llega María desde la calle con evidente cansancio y un paquete bajo el brazo.
MARÍA. — ¡Marta! ¡Marta!
Ingresa a la pieza para dejar el paquete y sigue llamando a Marta. Esta aparece, finalmente. Lleva puesto un batón descolorido, sobre el cuerpo desnudo, y unas chancletas. Está muy maquillada y camina desganadamente.
MARTA. — ¿Qué pasa, mamá? Estoy atendiendo un cliente. (Se deja caer en una silla)
MARÍA. —Perdoname, nena. No sabía que estabas trabajando.
MARTA. —Hoy tengo mucha gente. (Hace un gesto de malestar)
MARÍA. — ¿Tomaste el remedio?
Marta se encoge de hombros.
MARÍA. —Tenés que tomarlo, nena. (Saca un frasquito del aparador y sirve un vaso de agua) El tío del panadero me preguntó si podía venir.
MARTA. —Hoy no va a poder ser. Tengo todas las horas ocupadas.
MARÍA. — (Le tiende la pastilla y el vaso de agua) Le dije que sí. Hacele un lugarcito.
MARTA. — ¡Mamá... estoy muerta! Hoy empecé a las ocho de la mañana.
MARÍA. — (Le acaricia la cabeza) Es un buen cliente. Dice que en el barrio no hay otra manicura como vos.
MARTA. — (Se pone de pie y sale pesadamente) No voy a terminar ni a la una de la mañana.
MARÍA. —Y bueno... nena. Pero por lo menos no tenés que salir de noche.
Marta ya salió. María se pone el delantal y comienza a trabajar. Desde la calle llega Carmelo, quien camina lentamente y trae un paquetito en la mano.
CARMELO. — ¿Vino Chicho?
MARÍA. —Creo que no. Recién llegué.
Carmelo deja el paquete sobre la mesa, saca la botella de grapa y bebe un largo trago.
MARÍA. — (Por la bebida) ¡Ay, Carmelo, pará!
CARMELO. — (Grita) ¡Por favor, María! ¡Por favor!
MARÍA. —Shhh... Que la nena está trabajando.
Carmelo se mete la mano en el bolsillo y arroja unos billetes sobre la mesa.
CARMELO. —Lo de la heladera.
MARÍA. — (Cuenta los billetes) ¿Esto, nada más?
CARMELO. —Pagué la cuenta del almacén.
Desde la calle ingresa Chicho. Carmelo y María lo miran.
CARMELO. — ¿Conseguiste?
Chicho saca un frasquito del bolsillo y se lo tiende a Carmelo. Este se niega a agarrarlo y Chicho lo coloca sobre la mesa. Los tres miran el frasquito y se lanzan furtivas miradas. Carmelo bebe grapa y, finalmente, se decide. Sirve agua y vuelca parte del contenido del frasquito en el vaso.
CARMELO. — ¿Seguro que no es doloroso?
CHICHO. —Seguro. Y rápido. Con eso basta.
Carmelo deja el vaso sobre la mesa. Los tres se quedan inmóviles mirando el vaso.
Carmelo vuelve a beber grapa.
CARMELO. —(A Chicho) Dale. Llamala.
CHICHO. — ¡Nona!
No hay respuesta.
CHICHO. — (Más fuerte) ¡¡Nonaaa!!
CARMELO. —Decile que hay algo para picar.
CHICHO. — ¡Nona! ¡La picadita!
La Nona sale como un rayo de su pieza y va a sentarse a la mesa. Todos tratan de eludir su mirada.
NONA. —La picadita... La picadita... ¿Qué me traquiste?
La Nona se abalanza sobre el paquete.
CHICHO. —Pare, Nona. (Le tiende el vaso) Tómese esto antes.
NONA. — ¿Cosa e?
Los tres se miran. María no soporta más la situación y sale hacia su pieza.
CHICHO. —Un aperitivo.
NONA. — ¿Vermú?
CHICHO. — (Mira a Carmelo) No... Pero es rico lo mismo. Pruebe.
La Nona bebe un trago y lo saborea.
NONA. —E buono. (Otro trago) Amarguito... Como el Chinar. Dame más.
Chicho toma el vaso y lo llena de agua. Le echa el resto del contenido del frasquito, mientras la Nona comienza a comer. Carmelo le saca de la mano el vaso a Chicho.
CARMELO. — ¡Basta, Chicho! ¡Nona, váyase a su pieza, vamos!
NONA. —Ma... La picadita.
Carmelo, con violencia, toma el paquete y se lo da a la Nona.
CARMELO. — ¡A su pieza! ¡Vamos! ¡Y acuéstese!
NONA. —Non habíamo manyato ancora
CARMELO. — (Violento) ¡A su pieza, le dije!
La Nona se pone de pie y se encamina hacia su pieza rezongando. Carmelo se toma la cara y sale hacia su habitación. Chicho se queda un instante pensativo. Luego se dirige a su pieza y se acuesta. La escena queda vacía un momento. Luego se ve aparecer a Anyula desde la calle, con el monedero en la mano. Su cansancio es evidente. Suspira y cae sentada en una de las sillas. Mira a su alrededor. Se va recomponiendo. Toma el vaso que dejó la Nona y bebe su contenido de un trago. Muere en forma instantánea. Apagón.
Las luces se encienden en la cocina. Sólo queda el aparador, la mesa y cuatro sillas.
Carmelo ingresa desde los dormitorios. Su destrucción es más notoria.
CARMELO. —Chicho... (Se dirige a la pieza de Chicho y lo sacude) ¡Vamos, che!
CHICHO. — (Entre sueños) Está bien. Voy después.
CARMELO. — ¿Qué después? ¡Vamos!
CHICHO. —Está bien... está bien...
Carmelo vuelve a la cocina. Chicho se levanta pesadamente y comienza a vestirse.
Carmelo va al fondo y vuelve con un canasto de flores. María llega desde el interior con una pava y un mate. Carmelo saca la botella de grapa y bebe un largo trago.
MARÍA. —Carmelo... ¿Ya empezás?
Carmelo se encoge de hombros.
MARÍA. —Son las cinco de la mañana.
CARMELO. —Bueno... María.
MARÍA. — ¡Bueno, nada! Tenés presión, no tenés que tomar.
CARMELO. — ¿Vos vas directo al hospital a ver a la Martita?
María asiente.
CARMELO. —Pasamos por lo de don Simón antes. Hay que llevar los muebles.
MARÍA. —Está bien. ¿Vos vas a ir?
CARMELO. — ¿Al hospital? Depende de la hora que termine de vender las flores. (La mira) Explícale a la Martita.
MARÍA. —Martita ya lo sabe.
CARMELO. —Hoy el doctor te va a decir qué es lo que tiene, ¿no?
MARÍA. —Sí, pobre Martita. Yo no la veo nada bien.
CARMELO. —Y bueno... Decile al doctor que le hagan algo.
MARÍA. —Ya sé, Carmelo. Sé lo que tengo que decir.
CHICHO. — (Apareciendo semidormido) ¿Qué hora es?
CARMELO. —Cinco y cuarto.
CHICHO. — ¡Cinco y cuarto! Che, Carmelo, el cementerio abre a las ocho.
CARMELO. —Hay que estar temprano para agarrar buen lugar. Y antes tenemos que pasar por lo de don Simón.
CHICHO. —Pará que tome un mate.
Chicho toma un mate mientras Carmelo comienza a sacar las sillas hacia la salida.
CHICHO. — ¿No hay nada para comer?
María niega con la cabeza.
CHICHO. —Aunque sea un cacho de pan, para la languidez.
CARMELO. —En cuanto vendamos unas flores te tomas un café con leche. Vamos, llevá esa silla, María.
María sale llevando una silla.
MARÍA. —No te olvides de ponerle unas flores a la tumba de Anyula.
CARMELO. —(A Chicho) Vamos, che, largá el mate que tenemos que pasar por lo de don Simón.
CHICHO. — ¿Y va a estar a esta hora?
CARMELO. —Le dije que íbamos a pasar temprano.
Carmelo toma una punta de la mesa.
CARMELO. —Ayudame, vamos.
CHICHO. — ¡Qué!, ¿la mesa también vas a vender?
CARMELO. —La mesa también.
Chicho y Carmelo salen llevando la mesa. En el escenario, semivacío, queda el canasto de flores. Un instante después aparece la Nona.
NONA. — ¡Bonyiorno! (Mira a uno y otro lado) ¡María! (Pausa) ¡Carmelo!
Advierte que no hay nadie y comienza a revisar para ver si hay comida. Primero lo hace normalmente, pero luego se va desesperando. Revuelve todo, con creciente violencia, hasta que descubre las flores. Las mira. Arranca un pétalo, lo prueba, hace un gesto de agrado y luego busca una ensaladera, sal, aceite y vinagre. Se sienta en un banquito que quedó y comienza a prepararse una ensalada con las flores. Cuando ha comenzado a comer, regresa Carmelo. Al verla, se detiene espantado.
CARMELO. — ¡No... Nona! ¡Las flores no... las flores no...!
Toma el canasto como para protegerlo. Luego lo alza e inicia el gesto para golpear a la Nona. Jadea, trastabilla y cae muerto. La Nona, sin inmutarse, sigue comiendo las flores.
Las luces se encienden lentamente. La cocina está despoblada, salvo dos cajones vacíos de fruta que se usan como sillas. En la pieza de Chicho sólo queda la cama. Sobre ella está tirado Chicho, mirando fijo el techo. Un instante después aparece María desde los dormitorios.
Lleva una valija en la mano.
MARÍA. —Chicho...
Recorre con la mirada el ambiente destruido. Aparece Chicho.
MARÍA. —Me voy.
CHICHO. — ¿Se va, nomás? Y Bué...
MARÍA. —Don Simón va a venir mañana a buscar los muebles que quedan. (Señala su pieza) La cama y el ropero. Lo que sea es para usted.
CHICHO. —Gracias, María. (Pausa) ¿A qué hora sale el ómnibus?
MARÍA. —A las siete.
CHICHO. —Dicen que Mendoza es muy linda.
MARÍA. —Por lo menos, voy a estar con mis hermanas. (Breve pausa) La semana que viene puede cobrar el seguro de Carmelo. Con esa plata puede pagar parte de la hipoteca.
CHICHO. —Pero esa plata es para usted.
MARÍA. —No la voy a precisar. Mis hermanas están bien. (Se echa a llorar) ¡Dios Santo!
Chicho se acerca y la abraza. Ella se estrecha a él y llora convulsivamente.
CHICHO. —Cálmese, María. Cálmese.
MARÍA. —Bueno... me voy.
Sale caminando pesadamente hacia la calle. Se detiene.
MARÍA. —Chau.
CHICHO. —Chau.
Chicho la mira salir. Luego se recompone algo y va a sentarse en uno de los cajones. Un momento después aparece la Nona.
NONA. —Bonyiorno...
Mira a uno y otro lado, hasta que va a sentarse junto a Chicho. Se hace una pausa prolongada.
NONA. — ¿E Carmelo?
CHICHO. —Murió, Nona.
NONA. — ¿E Anyula?
CHICHO. —Murió.
NONA. — ¿E María?
CHICHO. —Se fue.
Se hace una pausa prolongada.
NONA. — ¿E la chica?
CHICHO. — ¿Qué chica?
NONA. —Cuesta chica... que iba e venía... (Hace un gesto con la mano de ir y venir) Buuuu... Buu...
CHICHO. — ¿Marta? 1
NONA. — ¡Eco!
CHICHO. —Murió también.
Pausa prolongada.
NONA. — ¿Qué yiorno e oyi?
CHICHO. —Viernes.
NONA. —Viernes... ¡Pucherito! Ponele bastante garbanzo, ¿eh? ¿Compraste mostaza? Tenés que hacer el escabeche, que se acabó... E dopo un postrecito... Flan casero con dulce de leche...
A medida que la Nona habla Chicho se levanta y, como un zombie, retrocede hacia su pieza y se tira en la cama.
NONA. —Domani podé hacer un asadito... Con bastante moyequita... Y a la doménica, la pasta.
Chicho, en la penumbra de su pieza, se tapa los oídos con las manos.
NONA. —Ma... primo una picadita... un po de salamín... formayo... aceituna... aquise picadito... mortadela... e un po di vin.
Desde la habitación de Chicho llega el sonido de un balazo. La Nona no se inmuta. Saca un pan del bolsillo del vestido y se pone a masticar. Las luces se van cerrando sobre la cara de la Nona, que sigue masticando.
FIN DE LA OBRA
El fotógrafo de la muerte
by Álvaro Cuevas
Código de registro: 1712145099380
EXT. CARRETERA DE MONTAÑA - ATARDECER
Está nublado, un coche antiguo recorre un camino de tierra con muchas curvas. Se detiene frente a una mansión.
EXT. ENTRADA MANSIÓN – ATARDECER
ADAMS (38) baja del coche, observa la casa. Saca un maletín, un SIRVIENTE (40) le saca una maleta grande del maletero.
INT. ENTRADA - ATARDECER
En la entrada está el señor ARRIAGA (50) y su esposa, MAITE (42). ARRIAGA (Sonriente) Ya pensábamos que no llegaba.
ADAMS
Un contratiempo en el camino.
ARRIAGA
Espero que no haya sufrido ningún daño.
ADAMS
Yo no, pero me temo que un ciervo ha quedado magullado.
ARRIAGA
Terrible.
ADAMS Sí, así es.
Silencio.
ADAMS (CONT'D)
¿Dónde está la muerta?
ARRIAGA
¿Perdón?
MAITE
Cómo se atreve...
ADAMS
Disculpe, no estoy acostumbrado al trato... con los vivos.
ARRIAGA
Me imagino... una profesión como la suya debe crear ciertos... monstruos en el carácter.
ADAMS
No más monstruos de lo que suele crear otras profesiones, me temo.
Adams mira a la esposa de Arriaga, esta le aparta la mirada.
ARRIAGA
Por favor, ¿le puedo ofrecer algo? ¿Un té? ¿Una copa de coñac, tal vez?
ADAMS
Yo no bebo, el alcohol es veneno para el cuerpo, prefiero fumar.
ARRIAGA
Entonces, acompáñenos arriba, por aquí, por favor.
Adams vigila los pasos del señor Arriaga y de su mujer, observa la estancia con detenimiento y coge su maletín.
INT. ESCALERAS/ PASILLO/ HABITACIÓN - ATARDECER
Suben las escaleras, guía el señor Arriaga, seguido de su esposa y de Adams. Los señores de la casa tuercen a la derecha, Adams mira a la izquierda, huele algo que le desagrada. Sigue el olor hasta una puerta con un dibujo de una huella de conejo en el pomo.
ARRIAGA
Por favor, no entre ahí... Es donde murió, por su seguridad no debe entrar ahí.
Adams observa la mirada perdida de Maite. Les sigue hacia la otra ala.
ARRIAGA (CONT'D)
Esta es su habitación, si lo prefiere podemos traerle más mantas para estas noches—
ADAMS
Me quedaré una sola noche, la luz de la mañana me servirá. Una vez haya concluido me marcharé.
ARRIAGA
Claro... supongo que tendrá más asuntos.
ADAMS
¿Dónde está la...? Mira a la esposa.
ADAMS (CONT'D)
¿Dónde se encuentra su hija?
ARRIAGA
La están vistiendo para mañana. A Maite se le escapa un gemido.
ADAMS
¿Qué ocurrió?
ARRIAGA
Cólera, una enfermedad terrible, por eso le hemos hecho llamar, en cuanto haga lo que tenga que hacer tendremos que quemarla... así no se propagará más la enfermedad.
ADAMS
¿Alguien más en la casa tiene cólera?
Arriaga mira a su mujer, ella rompe a llorar y se va.
ARRIAGA
Disculpe a mi mujer, no nos esperábamos nada de esto—
ADAMS
No se preocupe, estoy acostumbrado a tratar con padres que lloran por sus hijos e hijos que lloran por sus padres... todos lloran... aunque las viudas son las que mejor cara tienen siempre.
Adams sonríe, Arriaga hace un amago de reírse, pero no lo hace.
ARRIAGA
En fin... supongo que querrá descansar, mañana tiene que hacer una labor encomiable. Buenas noches.
Arriaga se marcha de la habitación y cierra la puerta. Adams mira la habitación, apenas entra ya luz por la ventana. Enciende un puro, se acerca a la puerta. Abre lentamente. Aparece la señora Maite, Adams se asusta.
ADAMS
¡Señora!
MAITE
Por favor... no deje que mi hija salga triste... sáquele una bonita sonrisa. Puede hacerlo, ¿verdad? Que no se vea que ha sufrido. Adams asiente.
Maite se da la vuelta y se va. Adams cierra la puerta, se acerca a la ventana y se enciende un puro.
INT. HABITACIÓN – DIA
Adams da una calada, se cubre la cara con una mascarilla. Está cubierto de pies a cabeza. La luz de la mañana le molesta. Corre las cortinas.
Detrás de él está la NIÑA (10) sentada en una silla. Los ojos están firmes en él. Adams se acerca a la niña, le reajusta un caballete en el que la niña está apoyada y le pega los párpados con cola.
ADAMS
Así... mucho mejor, ¿ves? Así no te vas a caer.
Adams observa los labios de la niña. Saca una aguja y un hilo del bolsillo. Le cose la comisura de los labios para que parezca que esta sonriendo.
ADAMS (CONT'D) Un pinchacito aquí... no ha sido para tanto, ¿eh? Verás que guapa vas a salir... una sonrisa, hazlo por tu mamá...
Adams se levanta, la mira y se aleja caminando hacia atrás. Se para en seco, se gira, hay una cámara oscura apoyada en un trípode. Adams se quita los guantes y la mascarilla y se pone tras la cámara, se inclina un poco, mira a la niña sonriente.
ADAMS (CONT'D)
No, no, así no, de ningún modo.
Se pone la mascarilla y los guantes y se acerca a la niña. Se arrodilla delante de ella. Le coge las manos y las cruza sobre su regazo.
ADAMS (CONT'D)
Así...
Adams repara en las uñas rotas de la niña. Se levanta y regresa a la cámara, se quita la máscara y los guantes. Mira por el visor.
ADAMS (CONT'D)
Vale, ahora sí... no te vayas a mover ahora. Se ríe.
La niña deja de sonreír. Adams se queda quieto. Se aparta de la cámara y se saca el hilo del bolsillo.
ADAMS (CONT'D)
No pasa nada, preciosa, cosemos un poquito más y ya está. Si tu vieras la de veces que he tenido que coser labios, la espalda al caballete sobre el que estás... e incluso ojos que se han caído en mitad de la sesión. Imagínate el resultado para las familias.
Cose la comisura de los labios.
ADAMS (CONT'D)
Probemos otra vez.
Va hacia la cámara, mira por el visor y destapa el objetivo. La niña se quita un lazo del vestido. Adams se despega de la cámara.
ADAMS (CONT'D)
Vale... esto es nuevo...
Se acerca lentamente a la niña. Le mira los ojos y la sonrisa petrificada. Le mira el lazo deshecho, lo coge lentamente. La apertura del vestido deja ver una cicatriz en el abdomen.
ADAMS (CONT'D)
¿Quién te ha hecho esto? ¿Has sido tú? Mira los ojos de la niña.
ADAMS (CONT'D)
No, por supuesto que no... terminemos con esto de una vez.
Le pone el lazo. Se va hacia la cámara, mira por el visor. La niña está de pie delante de él. Adams se queda quieto, atónito. La niña se acerca a la cámara con un movimiento rápido. Adams cae hacia atrás, asustado. La niña no está en la habitación.
SUENA UN PORTAZO.
Adams sale corriendo de la habitación.
INT. PASILLO - DIA
El pasillo está oscuro, Adams oye sonidos extraños que provienen de todas partes de la casa. Mira la puerta de la habitación que estaba cerrada y ahora está abierta. Adams entra lentamente.
INT. HABITACIÓN PROHIBIDA - DIA
Una habitación roja, llena de moscas, con una cama de sábanas blancas llenas de sangre y al lado una cuna. Se oye un LLANTO de un bebé, Adams se acerca lentamente a la cuna. En la cuna hay un feto lleno de moscas. Adams sale de la habitación asqueado. OYE UN GRITO DE MAITE.
INT. PASILLO/ ESCALERAS/ ENTRADA - DIA
Adams corre por el pasillo, oye los gritos en el piso inferior, baja las escaleras. En la entrada está tumbada boca abajo la señora Maite.
ADAMS
¡Señora!
Adams se acerca al cuerpo, gira a Maite y se asusta con el aspecto de la señora: Ojos en blanco, piel grisácea y boca abierta. Adams la suelta asustado. OYE RUIDOS en el piso superior, CAE UN JARRÓN. Adams coge el pomo de la puerta principal, pero no puede abrir. Registra con miedo el cuerpo de la señora.
ADAMS (CONT'D)
Las llaves, vamos, ¿dónde las tienes?
ARRIAGA (O.S.) ¡No!
Adams mira las escaleras, alguien está bajando rápidamente. Adams se esconde detrás de un reloj. Arriaga baja rápidamente, ve a Maite en el suelo, llora desconsoladamente.
ARRIAGA
Tu madre no... no... ella no tenía la culpa...
Detrás de Arriaga aparece la niña. Arriaga se gira.
ARRIAGA (CONT'D)
(Llorando)
Perdóname... no sabía lo que hacía... yo solo quería—
La niña le coge de la cabeza y le aprieta. Arriaga grita de dolor hasta que hasta que se le salen los ojos. La cabeza le revienta. La niña mira los cuerpos, Adams está aterrado. El reloj suena, son las doce en punto. La niña gira la cabeza hacia él.
ADAMS
No... no... La niña se acerca lentamente a Adams, Adams se revuelve en la pared angustiado.
ADAMS (CONT'D)
Todavía tengo que hacerte la foto...
La niña se detiene. Le da la tapa del objetivo de la cámara. Se gira lentamente y sube las escaleras. Adams recupera el aliento, mira los cadáveres en el suelo. Se levanta y sube las escaleras lentamente.
INT. HABITACIÓN - DIA
Adams abre la puerta, mira a la niña que está posando hacia la cámara con el feto entre las manos. Adams se enciende el puro. Se acerca a la cámara, mira por el visor. La niña parece que está viva y el bebé también. Toma la foto. Se aleja de la cámara y se va hacia la puerta. Contempla a la niña muerta, sentada con el feto. Cierra la puerta.
Argumentativos
La diabetes y la importancia de una dieta saludable
Muchas personas creen que la palabra “dieta” implica comer menos y solo aquellas comidas que no nos gustan.
Se trata de un prejuicio que impera en gran parte de la sociedad.
Sin embargo, dieta, realmente, significa la manera en que una persona se alimenta. Algunos tienen una dieta saludable, y otras, no tanto.
¿A quién no le gusta comer todo lo que quiera, sin tener que preocuparse de saber cuántas calorías tiene un determinado alimento?
Sin embargo, si abusamos con una dieta poco nutritiva, los resultados para nuestra salud pueden ser graves.
Una de las consecuencias de una mala alimentación, es la enfermedad conocida como diabetes. Se trata de una enfermedad que afecta a millones de personas en todo el mundo. Y lo peor es que, hasta ahora, no se ha podido encontrar alguna cura para este mal.
La diabetes, en la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es una enfermedad crónica que aparece cuando el páncreas no produce insulina suficiente o cuando el organismo no utiliza eficazmente la insulina que produce. Dicha organización estima que existen más de 300 millones de personas afectadas. De entre las varias recomendaciones que hace la OMS para prevenir la diabetes, rescatamos la que habla de “Alcanzar y mantener un peso corporal saludable”
Es decir, mantener una dieta equilibrada es una excelente forma de luchar contra esta enfermedad.
El uso de internet en los adolescentes
Internet se ha convertido hoy día en una herramienta indispensable en la vida de las personas.
Sería difícil, especialmente para los más jóvenes, concebir un mundo en el cual “no estemos conectados”
Ingo Lackerbauer, en su libro “Internet”, señala que la importancia de internet en el futuro desborda todo lo acontecido hasta ahora, se está convirtiendo en el “medio de comunicación global”.
No hace falta explicar con detalles los beneficios de este maravilloso invento tecnológico. Nos permite educarnos, conocer, disfrutar. Es decir, es una herramienta multiuso.
Precisamente, es este uso el que puede volverse negativo. Estamos hablando de la adicción al internet. Muchos jóvenes pasan una gran parte del día navegando por páginas, publicando en las redes sociales, o viendo videos en YouTube.
Usar el internet para el entretenimiento no es algo malo en sí. Lo malo es abusar. El mundo de la web está plagado de conocimientos muy útiles, lo ideal sería también utilizarse en esa faceta, y que no sea solo como manera de ocio.
¿Cuáles son los perjuicios que puede acarrear la adicción a internet? Debido a que el adolescente pasa un tiempo considerable frente al ordenador, una de las mayores consecuencias es la pérdida de una vida social activa. Es probable que pierda el contacto que tenga con sus amigos más cercanos, y pasé más tiempo con los amigos “virtuales”.
La conservación del medio ambiente
El que existan muchas campañas para la conservación del medio ambiente, no es una moda del momento. Nuestro planeta está en grave peligro y si no hacemos algo rápido, los efectos de la contaminación pueden acelerarse mucho más de lo que se producen actualmente.
Ser responsables con nuestro ambiente no implica mucho esfuerzo y sí mucho beneficio. No solo para nosotros mismos o las personas que nos rodean, sino y sobre todo para los que menos tienen y necesitan con mayor razón de las fuentes de la naturaleza para sobrevivir.
La clave del cuidado ambiental está en el ahorro y la consideración. Es decir, en no desperdiciar los recursos como el agua o las áreas verdes de los que otros se pueden favorecer y así contribuir al equilibrio del planeta y a la larga a un beneficio en común.
Tal vez no podamos reforestar un bosque completo o construir una planta de energía solar. Pero basta con usar un vaso con agua cada vez que nos cepillemos los dientes o plantar un árbol en el parque de nuestra colonia, inclusive desconectando los electrodomésticos cuando no los usemos, así podríamos ahorrar económicamente, haciendo cosas pequeñas de pueden lograr grandes cambios, y más si compartimos los conocimientos con las personas que nos rodean.
Una de las prácticas más recomendadas, según los expertos en educación, es el enseñar y fomentar desde una temprana edad el cuidado y amor al planeta tierra, crear campañas a nivel escolar con la participación de los estudiantes como los familiares.
“El cuidado del medio ambiente es un problema que tenemos todos en común” – Gro Harlem Brudtland.
“Ser ecologista en el primer mundo es relativamente fácil. Prueba a serlo en Kenia como mujer”. Así introduce Txema Campillo a Maathai. Esta premio Nobel de la Paz plantó más de un millón de árboles en un intento por detener la desertización en el África central.
Cuidando el planeta en el que vivimos podemos mejorar la calidad de vida para nuestros predecesores, usando nuestra creatividad al reciclar, compartiendo conocimientos a los demás y participando sin reclamar.
Hay que comer de todo
Algunos comen sólo dulces y postres y eso no está nada bien. Hay que comer de todo.
Comiendo sólo dulces, se te estropearán los dientes y, además, abusar del azúcar no es bueno ni para tu estómago ni para tu salud en general. ¡Por si fuera poco, puedes engordar!
Debemos segur una alimentación variada, porque, de lo contrario nuestro crecimiento puede verse perjudicado. Nuestro cuerpo necesita diferentes sustancias nutrientes y estas se hallan repartidas entre las diferentes clases de alimentos.
Cada tipo de alimento nos aporta algo que nuestro cuerpo necesita, por eso debemos comer de todo.
No comer algún tipo de alimentos puede producirnos problemas de salud, puesto que nuestro cuerpo puede estar falto defensas o de vitaminas.
Una mala alimentación puede producirnos enfermedades, problemas de obesidad o de falta de peso y un mal desarrollo.
En definitiva, no hay ninguna duda: ¡no podemos permitirnos renunciar a ningún tipo de alimento!
Seguridad vial
Luego del accidente de tránsito sucedido hace apenas cuarenta y ocho horas deseo compartir con los lectores mis más profundos sentimientos al respecto.
Podría decirse que esta catástrofe es prácticamente la crónica de una muerte anunciada. Nuestras calles se encuentras atestadas de conductores que no conocen las reglas mínimas de tránsito e inclusive muchos que no poseen la licencia correspondiente para hacer uso de un automóvil.
Es importante entender que un auto es una herramienta, pero también un arma, una muy peligrosa. Es por ello que es necesario que todos los conductores conozcas, rigurosamente, en su totalidad las normas de tránsito y hayan superado los exámenes necesarios para hacer uso de un vehículo. También es necesario concientizar a peatones y ciclistas la necesidad de respetar de igual forma las reglas en la vía pública.
En mi humilde opinión, no solo los ciudadanos tenemos gran responsabilidad en los accidentes de tránsito que suceden a diario. Creemos que podemos hacer uso de nuestro vehículo de manera indiscriminada, por eso superamos las velocidades permitida, pasamos los semáforos en rojo, conducimos alcoholizados, etc.-. Fuentes oficiales afirman que al menos veinte personas mueren por accidentes de este tipo cada día, una cifra que debería alarmarnos, pero parece que no prestamos atención a estos números que parecen realmente importantes. Sin embargo somos capaces de recodar otras cifras banales, como el rating de los programas. Es por ello que los medios de comunicación también debemos priorizar la información que plasmamos en las noticias que presentamos, si elegimos hablar sobre la cantidad de personas que miran un programa de televisión por la noche o la cantidad de muertes que podríamos evitar todos los días. Es por ello que también los periodistas tenemos una cuota de culpabilidad. Pero aquellos que cargan con la mayor responsabilidad son los dirigentes políticos y los miembros del estado.
En primer lugar les corresponde de manera exclusiva la educación y concientización de todos los ciudadanos que habitan el territorio de esta Nación. Este es el primer medio por el cual deben encargarse de resguardar nuestra seguridad vial. En segundo lugar deben utilizar los medios necesarios para detectar los delitos producidos en las rutas y calles y sancionar a los responsables de manera severa y con las penas correspondientes. Considero también necesario políticas públicas destinadas a la disminución del uso de vehículos, los cuales no solo producen accidentes, sino que contaminan nuestro aire. Es por ello que debe ser fomentado el uso de bicicletas, caminar y sobre todo estas políticas, deben apuntar a la mejora del trasporte público, para que todos los ciudadanos tengamos acceso al mismo y sea nuestra primera opción a la hora de llegar a nuestros trabajos o llevar a nuestros hijos a la escuela.
Es por ello que considero elemental el compromiso de todos cuando hablamos de seguridad vial, pero quiero pedirle encarecidamente a la clase dirigente que nos ayude en esta ardua tarea y tome cartas en el asunto.
Sexoficción
Cuando era más joven –obsérvese la acotación ‘más’ para no etiquetarme como hembra del pleistoceno y desacreditar automáticamente el discurso– en los garitos uno se desmelenaba a ritmo disco y a la par diseccionaba al personal circundante hasta que llegaban ‘las lentas’ y se buscaba el cuerpo a cuerpo. En estas disquisiciones andaba liada un día en un local Trendy, de esos que uniforman ciudades e inundan de fruta los gin-tonics, cuando escuché a mi espalda: “No me gustaba nada, pero para un polvoTinder vale cualquiera. No repito ni de coña”. Al día siguiente, ya delante del ordenador que me da de comer, los ojos se clavaron en un titular que anunciaba la apertura de un prostíbulo cuyo ‘personal de acción’ lo constituyen muñecas realizadas con los más avanzados polímeros y cauchos. Eso sí, hiperrealistas y con tres orificios (sic).
Líbreme Alfred Kinsey de juzgar las fantasías de cada cual ni de cuestionar que las barras de bar coleccionan tantos deseos e inseguridades como lo hacen las apps para ligar. Pero en una observación simplista a vuelo rasante, veo mucho cacareo sexual en prime time, mucha pasión desenfrenada de novela y mucha gente sola de cuerpo presente. Si en las distancias cortas hasta los más salvajes confiesan que la intimidad mejora el sexo y viceversa, a lo mejor nos sale más rentable apostar por las emociones de carne y hueso. No vaya a ser que a fuerza de tanto látex y ciberquedadas nos olvidemos de catar un polvo aunque sea Tinder, que por algo hay que empezar.
Informes
Informe de ventas
Auto partes Martines S. A
Con el presente, le comunico las ventas de los últimos dos meses “Junio y Julio” en los que las ventas aumentaron considerablemente, sobre todo en lo que atañe a refacciones de frenos y transmisión.
Se obtuvieron 5000 refacciones de frenos para el modelo Tsuru de Nissan, de las cuales se han vendido 4600, llegando casi a su totalidad.
Para los trámites necesarios, se anexa la documentación correspondiente a los ingresos y egresos, así como copia del libro mayor.
De la misma marca y modelo de tener 8000 kits de afinación completa en existencia, se han vendido en su totalidad, y contamos con pedidos por un total de 6000 más, de los que solo falta entregar.
Recibimos 15 devoluciones por fallos en las piezas, las cuales se espera que sean enviados 9 en cuanto se apruebe el trámite y se reembolso el dinero correspondiente en los 6 restantes.
Para las comprobaciones correspondientes, mando los libros de ventas correspondientes y las fichas de reembolso correspondientes.
México D.F. a 12 de enero de 2012.
(Firma)
Ing. Manuel Rincón Gamboa
Informe Estudiantil
Querétaro, Querétaro a 6 de Junio del 2013.
Informe de Proyecto Semestral.
A partir del día 29 de Abril, hasta el 24 de Mayo del año presente, los alumnos del segundo semestre de Hotelería y Turismo, llevamos a cabo la operación de un proyecto que se estuvo preparando desde un semestre previo. Éste constó de crear y posteriormente operar un restaurante, con el fin de incrementar nuestras habilidades de cocina y administración.
El proyecto se creó desde cero, buscando un concepto restaurantero, un nombre, plan mercadotécnico, e incluso las proyecciones financieras, posteriormente se pasó a la etapa de prueba de recetas, decoración y publicidad.
Debido a la buena planeación, el proyecto fue muy exitoso, la gente estuvo muy contenta con el restaurante y entraba mucho dinero, sin embargo tuvimos dificultades financieras causadas por los malos cálculos que se hicieron en almacén, mismas que se pudieron resolver en la última semana de operación, cuando creamos promociones para poder vender todo lo que hasta ese momento pensamos sobraba.
El aprendizaje que adquirimos se ve en muchos rubros, desde la parte logística de un proyecto de tal magnitud, la parte operativa, la cual pudimos ver que era mucho más complicada de lo que parecía, hasta lo que significa el trabajo en equipo en esta industria.
Alejandra Méndez Flores
Ensayos
Ensayo sobre la pena de muerte:
La pena de muerte ha sido aplicada desde tiempos remotos en diferentes civilizaciones. La pena capital fue siempre utilizada con base en dos argumentos: como forma de castigo para el criminal y, al mismo tiempo, como una manera de prevención de otros delitos.
Hay que preguntarse si el delito, el que sea, amerita perder la vida, y si esto, de hecho, disminuye en alguna medida la incidencia de infracciones similares. Pareciera intentar corregir la violencia con más violencia.
Por un lado, hay estudios que indican que mantener en la cárcel a un preso condenado a pena de muerte, es mucho más costoso que intentar rehabilitarlo y reintegrarlo a la vida civil si cumpliese con una serie de requisitos psiquiátricos que lo hicieran elegible. Por otro, muchos casos han demostrado que la mayoría de reclusos cuyo destino es la pena de muerte no tuvieron acceso a asesoría legal que les proporcionara las ventajas que una persona con medios económicos tendría. Así muchos de estos convictos, en Estados Unidos, son gente de color, latinos e inmigrantes que tuvieron que depender de la ayuda legal del estado, que no da abasto ni puede proporcionar la atención ni el tiempo que uno de estos casos requiere.
Más de 50 países en el año 2019 todavía usan la pena de muerte como un castigo, y otros aunque la mantienen no la han usado en los últimos diez años.
También hay que hablar acerca de la humanidad de la medida. Sin importar el delito, incitar la muerte solo nos deja atrapados en un ciclo de violencia imparable. Y la sangre que ellos derraman recae ahora en las manos del estado el cuál, patrocinado por los impuestos de los contribuyentes, derrama más sangre y crea en sus ciudadanos una política de violencia que no tendremos como explicarle a las nuevas generaciones.
Las estadísticas mundiales de aplicación de la pena de muerte comparadas con su posible impacto en la disminución de la delincuencia tampoco ha mostrado resultados convincentes que puedan probar con certeza que esta sanción frena la comisión de delitos"
Hablar sobre el derecho a la muerte es aún hoy un tema espinoso. Mucho de eso tiene que ver con concepciones de fe que hablan de castigo y culpa, y de la falta de autoridad que nosotros, como humanos, tenemos para decidir sobre la vida de los demás. Se compara la voluntad a morir dignamente a un asesinato asistido, y a "jugar a Dios". Pero Dios, la fe, la doctrina y las escrituras sagradas ninguna de las religiones deberían tener peso sobre decisiones que incumben solamente al ámbito de lo personal. A las creencias de cada quien y al derecho que cada persona tiene de decidir cómo quiere morir.
Si cada uno de nosotros tiene el albedrío para decidir qué tipo de vida quiere llevar, hay que preguntarse si no tenemos la misma autonomía de decisión para planear la manera en la que queremos morir, claro, en las circunstancias que así lo ameriten, como profundo dolor y sufrimiento a causa de una enfermedad. La postura a favor de “asistir al paciente” si este desea poner fin a su vida puede resumirse en una única idea: la libertad. La libertad del paciente de poder tomar la decisión o no de detener su sufrimiento. Quienes están enfermos no sufren solos, sufre su familia con ellos, sus amigos, el espíritu de todos quienes lo rodean se entristece y lo único que todos quieren es que la persona consiga paz. Nadie quiere ver a un ser querido con dolor.
Quienes argumentos en contra afirman también que la vida debe ser preservada, a pesar de que las condiciones en que se encuentre la salud de la persona; pero, ¿qué tipo de vida es la de alguien postrado en una cama hace años conectado a miles de máquinas para mantener vivo un latido artificial?
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